Page 129 - Vienen cuando hace frio - Carlos Sisi
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incapaz incluso de pestañear, Joe recordó uno de
esos viejísimos dibujos animados que echaban
todavía por televisión: el diablo de Tasmania. Sin
embargo, la visión que tenía delante evocaba algo
terriblemente distinto. Despertaba un miedo
ancestral, como si su conciencia hubiera invocado
una imagen primigenia enterrada en las capas más
bajas de su memoria evolutiva. Y esa parte de su
cerebro le chillaba que había reconocido la imagen;
que aquello era, sencillamente, el Mal. Solo el Mal,
o uno de sus custodios. Mal en estado puro, sin
máscara ni disfraces, el Mal no revestido por el
corazón ni el alma humanas, solo la esencia pura y
descarnada, insoportablemente física.
Y entonces, la sombra chilló.
Era el mismo alarido que había escuchado en la
cabaña, pero más agudo y pavorosamente más
cercano. Le perforó los tímpanos como una
taladradora industrial, y el lacerante dolor le hizo
llevarse las manos a los oídos. Abrió la boca y soltó
una vaharada de vapor caliente, pero muda, porque
sus pulmones estaban vacíos por la impresión. Y
dolía; el estridente sonido lo desgarraba por dentro
como si alguien estuviera jugando con un berbiquí
en su cerebro.
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