Page 138 - Vienen cuando hace frio - Carlos Sisi
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la mitad como si le hubieran dado un hachazo y
vomitó parte de la cena.
Después tuvo el tiempo justo de ocultar la nariz
dentro de la camiseta. Su olor corporal resultaba, en
comparación, dulce y reconfortante.
Moviéndose con rapidez, Joe tomó la pistola y la
caja de clavos. Tenía que salir de allí enseguida, el
aire en el interior de la camiseta era a todas luces
insuficiente y el pecho le pedía dar una segunda
bocanada. Todavía encontró un par de segundos
para desviar la mirada hacia el bulto donde estaba
el extraño órgano. Seguía allí, desde luego, pero
retiró la mirada antes de que sus ojos registrasen
algún movimiento; al fin y al cabo, tenía la
sensación de que su salud mental pendía ya de un
hilo.
El corazón se le había acelerado en el pecho otra
vez; con la glotis cerrada, los pulmones
demandaban un riego mayor. Esa sensación
encendía de nuevo en él la llama del pánico. Por fin,
colocó como pudo la pistola encima de la caja y esta
contra su pecho, y regresó a la escalera con manos
temblorosas. ¡Aire, aire! Casi estuvo a punto de
tirarla al suelo. En un momento dado, mientras
trataba de ascender, perdió pie y la caja estuvo a
punto de caérsele; los clavos tintinearon y saltaron
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