Page 717 - El Jugador - Iain M. Banks
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obvio, pero no tenía ni idea de en qué podía consistir.

                  El Emperador se fue inclinando hacia atrás y sus ojos


            se clavaron en la zona de techo ennegrecido por el humo

            de la que se había desprendido el equipo electrónico. El

            vendaval que entraba por las ventanas se apoderó de él y


            Nicosar fue inclinándose muy despacio hacia adelante. El

            peso del arma que sostenía en sus manos enguantadas le

            fue haciendo perder el equilibrio, y su cuerpo se acercó


            gradualmente al tablero.

                  Y  Gurgeh  vio  el  agujero  negro,  por  el  que  habría

            podido  caber  un  pulgar,  que  había  en  el  centro  de  la

            frente del ápice, y los hilillos de humo que brotaban de él.


                  El  cuerpo  de  Nicosar  se  derrumbó  sobre  el  tablero

            dispersando las piezas.

                  El fuego invadió el salón.

                  La presa formada por los arbustos cenicientos cedió


            ante las llamas y fue sustituida por una inmensa ola de

            luz  cegadora  a  la  que  siguió  un  chorro  de  calor  tan

            potente  y  devastador  como  el  golpe  de  un  martillo.  El


            campo que rodeaba a Gurgeh se oscureció y la estancia y

            las  llamas  se  fueron  desvaneciendo.  Oyó  un  extraño

            zumbido que parecía venir desde lo más profundo de su


            cabeza  y  se  sintió  repentinamente  vacío,  exhausto  y

            confuso.






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