Page 281 - La Nave - Tomas Salvador
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No comprendió las risas estentóreas que
acogieron su respuesta. Es decir, no las comprendió
hasta que comprobó que Sad había entrado también
y cerrado la puerta. Y entendió definitivamente
cuando la muchacha se le acercó, posó sus labios en
los suyos y le besó largamente. Sintió una emoción
nueva, tan extraordinaria, tan potente que le
pareció que anulaba a las anteriormente sentidas.
Quizá fuera que le enturbiaba, le anulaba los
sentidos. Y ante ella no tenía ninguna experiencia,
ninguna defensa.
Sad, en la oscuridad, murmuró:
—No tienes palabras para mí, Shim —su voz era
suavemente plañidera—; tienes palabras para
todos, y todos me dicen que dices palabras
maravillosas que les conturban; pero yo nunca
tengo palabras tuyas. Dime palabras para mí. Shim,
las palabras que dicen los kros a sus amadas.
—No sé qué les dicen los kros a sus amadas, Sad,
porque la Ley me ordenaba permanecer célibe. Pero
dudo mucho que tengan palabras. Estoy seguro de
que los wit saben palabras más hermosas. Y yo, Sad,
no puedo dar lo que no tengo. Me han arrojado con
vosotros y voy, y vengo, y vuelvo otra vez, como si
estuviera loco. Y quizás esté loco, Sad, porque
quisiera saberlo todo y modificarlo todo, y apenas
me levanto, caigo otra vez. Déjame que me serene,
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