Page 296 - La Nave - Tomas Salvador
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Brisco, obeso, calvo, sonriente, apenas se movía en
todo el día de su cámara, reclinado en un lecho
extraño y suntuoso. Brisco tenía muchas mujeres,
pero el paso del tiempo había limitado su
fogosidad. A veces se enteraba de que alguna de
ellas amaba a un varón cualquiera; no se inmutaba,
dejaba hacer, y de cuando en cuando llamaba a la
ingrata para que le calentara el lecho. Tenía muchos
hijos. Era el padre de la familia y nunca mejor dicho.
Toda la familia era suya. Cualquiera de aquellos
varones habría de sucederle. Brisco mismo, cuando
se aburría, hablaba de sí mismo y los suyos. Lo
llamaba junto a su lecho y le explicaba, siempre de
igual forma, las características de sus mujeres. Las
mujeres eran importantes en la familia Brisco. Ellas,
cuando un padre de la familia moría, eran las
encargadas de elegir su sucesor.
—Eligen siempre al que más capacidad tiene de
amar. ¡Oh, no creas que me estoy burlando, o que
estoy cantándote mis hazañas amorosas! Es así, y
así sucede. Y creo, Shim, que hacen bien. Dime, kros
frío e insensible, ¿qué piensas?
—Pienso, Brisco, que si la familia de los guerreros
busca a su padre entre el más valiente y cruel,
preferible es buscarlo entre el amador mejor. Pero,
dime tú, Brisco, que tanto has amado, ¿qué es el
amor?
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