Page 297 - La Nave - Tomas Salvador
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Brisco  se  embarcaba  en  unas  explicaciones


            reiteradas y sencillas. Ante ellas sentíase confuso y


            turbio.  Por  lo  visto,  el  humano  era  un  ser


            tremendamente complicado; el humano podía amar


            a  los  símbolos,  a  sus  actos,  a  sus  trabajos,  a  sus



            sueños. Y también, claro, a sus mujeres. El amar a


            las  mujeres  parecía  sencillo  y  producía  un  placer


            físico  inmediato.  Para  los  wit,  por  lo  menos  para


            Brisco, era tan natural como sencillo, más sencillo


            que tomar una fruta de los jardines hidropónicos,


            donde el control riguroso de los primeros tiempos


            se  había  convertido  en  una  naturaleza  no  menos


            rigurosa.



               Realmente,  la  familia  Brisco  no  hacía  nada,  no


            servía para nada; ni buscaba tesoros como Elio, ni



            guerreaba  o  guardaba  fronteras  como  Kalr,  ni


            curaba  como  Hipo.  Se  limitaba  a  existir.  Era  la


            razón, quizá, de la existencia misma del pueblo wit;


            sus mujeres no eran, en modo alguno, más bellas


            que  las  restantes  mujeres  blancas,  aunque  sí  más


            alegres,  más  armoniosas,  más  poseídas  de  una


            importancia  que...  consistía  en  no  hacer  nada.


            Llevaban  sus  harapos  con  elegancia,  con  una


            desenvoltura  eficaz  para  descubrir  lo  que



            pretendían  cubrir.  Caminaban  erguidas,  serenas,


            como sí tuvieran conciencia de ser diferentes. Los


            cabellos, largos, sedosos, a cuyo cuidado dedicaban





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