Page 310 - La Nave - Tomas Salvador
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increíblemente suaves al tacto, colocadas
simétricamente en varios niveles, en hileras. Al
tocar una de ellas, un relámpago de color había
brotado en la cámara repercutido en los espejos,
recogido en las aristas de los poliedros, enroscado
en los filamentos invisibles de unos adornos
inconcebibles. Aquél era el secreto de la cámara, el
cantar de la luz.
Y entonces, solos Sad y él en la concavidad oculta,
viendo sin ser vistos, esperaban a que Brisco
pudiera salir con bien del pequeño papel que le
habían reservado. Cogidos de la mano, silenciosos,
aguardaban. Ya se habían dicho lo que era necesario
decirse: Sad pulsaría las teclas que promoverían la
orgía de luces, siguiendo las indicaciones de él. El
instante era trascendental. «Es la luz —pensaba— el
origen y la fuerza de todo. Ahora es cuando
empiezo a creer que la vieja Nave de nuestros
antepasados nos está esperando, a nosotros, los
hijos de los hijos que la crearon. Y creo que hay
amor en su espera. Un amor indefinible, inmaterial,
quizás hecho espíritu en su misma forma. Y bueno
es que yo sepa si los hombres sabrán ser fieles a sus
raíces.»
Y Brisco se levantó y dirigió al sitial ligeramente
elevado que había en el frontal. Nadie pareció
hacerle caso. El ruido era constante, bullicioso,
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