Page 314 - La Nave - Tomas Salvador
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Diríase que el corazón le temblaba en las manos y


            que apenas se atrevía a respirar. Aunque estaba tan


            cerca  de  ella  que  sus  alientos  se  confundían,  no


            podía  asegurar  que  le  viera;  las  manos  de  la


            muchacha descansaban en las teclas, obedeciendo



            apenas a algún oscuro mandato de su sensibilidad


            que le obligaba a oprimir algunas; pero su cabeza


            estaba  soberbiamente  levantada,  y  sus  ojos,


            increíblemente quietos, absorbiendo belleza y luz,


            la luz de la cámara que volvía a ella, acariciando sus


            facciones. Una ráfaga de azules iluminados inundó,


            como una niebla, la estancia; a su reflejo, el rostro


            de  la  muchacha  adquirió  una  suavidad  fuera  de


            toda ponderación. Murmuró:



               —Otra vez, Sad; insiste ahí.



               La  muchacha  obedeció,  y  por  unos  instantes  el


            placer  estético  fue  tan  intenso  que  se  resolvió  en


            dolor físico. Sad debió de experimentar lo mismo,



            porque  apartó  las  manos  todo  lo  que  pudo  y  un


            alarido de fuego y humo, en rojos y grises, como el


            incendio de una estrella, brotó en la sala, coreado


            por  el  ulular  asustado  de  miles  de  gargantas.


            Insistió una y otra vez, como una rebelión, como un


            sollozo  y  un  presentimiento.  Luz  en  la  cámara,


            rechazada por los espejos, retenida en las espirales



            inmensas,  flotando  sobre  las  cabezas,  era  trágica


            como una catástrofe ignorada por todos ellos.




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