Page 312 - La Nave - Tomas Salvador
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Tardó todavía algún tiempo en restablecerse el
orden y en comprenderse lo que se pedía. Algunos
obstinados no querían soltar sus luces. Pero la
impaciencia de la mayoría acabó por ayudar a los
deseos del pobre Brisco.
—Ahora —dijo a Sad.
Sad colocó sus manos sobre el teclado y, al azar,
pulsó algunos dientes. En la oscura sala restalló un
crepitar de falux amarillos y blancos, un cargazón
de resplandores sin raíces ni origen, flotando a
media altura, siendo luz y aire al mismo tiempo. Y
antes de que se fundieran en el espacio, otros
arpegios de luces brotaron bajo el pulso de Sad,
azules, cromados, como signos misteriosos en el
aire...
Porque el secreto era la maravillosa disposición de
las luces para convertirse en algo vivo, para ser
hermoso y fuerte. En la oscuridad de la cámara,
sobre el fondo negro que disolvía las formas, los
alaridos de la luz eran algo indescriptible que
atacaba a todos los sentidos. La luz vivía, tenía
forma, color, sonido; danzaba en arpegios de un
bellísimo desorden. Sin duda, los antepasados
tenían la forma de lograr una armonía en toda
aquella belleza. Podrían descubrirla algún día,
aunque no importaba demasiado; la belleza existía
en sí misma, en la luz descendiendo y elevándose,
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