Page 139 - Triton - Samuel R. Delany
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necesitaba  realmente  una  calculadora  de  pulsera  para

           averiguar exactamente dónde estaba.


                Subieron  unos  resonantes  escalones  metálicos  entre

           dos paredes separadas quizá medio metro hasta un túnel

           profundamente negro, frío, húmedo, y cuyo techo (Bron


           sabía que estaba sucio) rozaba su pelo.

                —Por aquí —dijo Miriamne, con la voz ahogada por


           las oscuras paredes—. Sé que le estoy llevando por un

           atajo más bien desagradable. Pero tengo prisa.

                Él la siguió «por aquí», se golpeó un hombro contra


           una esquina; mientras se lo frotaba, allá delante se abrió

           una  línea  de  luz  anaranjada  a  un  lado  de  Miriamne,

           recortando su silueta de amplias caderas.


                —Entre... —Se trataba de una sala circular con un solo

           poste de luz en el centro, que iba del suelo al techo—.

           Ésta es la sala de visitas de los Tres Fuegos. Sé que está


           más bien desnuda... —Había camastros contra la pared,

           con  sacos  de  dormir  de  plástico  azul;  unos  cuantos


           almohadones en el suelo; algunas estanterías bajas con

           libros. (Qué extraño, pensó. Qué n‐r.) Había un lector al

           lado de uno de los camastros, pero nada parecido a un


           archivador  para  una  biblioteca.  (Lo  cual  era  también,

           reflexionó, muy n‐r. Los libros, por supuesto, debían de


           ser todos de poesía)—. No recibimos muchas visitas —

           explicó  Miriamne—.  Diré  a  la  Púa  que  venga...,  me

           disculpará si yo no vuelvo. Pero realmente deseo hallar a




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