Page 16 - Triton - Samuel R. Delany
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difíciles  de  revisar,  eran  aún  mucho  más  difíciles  de

           abolir.


                Hacía  ocho  años,  alguien  cuyo  nombre  nunca  fue

           mencionado vino con la idea de las cabinas realzaego, a

           fin de conseguir recaudar un crédito material menor (y,


           se  esperaba,  psicológico  mayor)  para  el  Programa  de

           Retención de la Información del Gobierno:


                Bastaba que  pusieras una ficha  de  dos franqs en  la

           ranura (antes era medio franq, pero las fichas habían sido

           devaluadas  de  nuevo  hacía  un  año),  e  introdujeras  tu


           tarjeta  de  identidad  gubernamental  en  el  lugar

           apropiado, para poder observar, en la pantalla de treinta

           por cuarenta centímetros, tres minutos de videocinta de


           ti, acompañados por otros tres minutos de tus palabras

           grabadas, seleccionadas al azar de los propios archivos

           de información del gobierno. Al lado de la pantalla (en


           esta        cabina,           alguien,           extravagantemente,                       había

           derramado  jarabe  rojo  encima  de  ella,  parte  del  cual


           había sido frotado con un pulgar, parte rascado con una

           uña), la placa informativa explicaba: «Las posibilidades

           de que nadie excepto usted haya visto nunca antes lo que


           va a ver ahora son de un noventa y nueve coma nueve

           nueve y varios nueves más por ciento. O ‐como seguía


           alegremente  la  placa‐,  para  decirlo  de  otra  forma,  hay

           más  posibilidades  de  que  sufra  usted  un  inesperado

           ataque al corazón cuando salga dentro de un momento




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