Page 347 - Triton - Samuel R. Delany
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Y faltaban diez minutos para las nueve.
Se vistió con la ropa elegida, se apresuró escaleras
abajo, al exterior, al atardecer de un azul oscuro, y
descendió los escalones de piedra (orlados por una
cascada de luz), diciéndose: No pienses en unidades
urbanas. No lo hagas. ¡No hay ninguna aquí!
Primero deseó llegar un minuto o dos antes de que
ella saliera; luego, que ella estuviera ya allí a fin de no
tener que esperar.
Mientras daba la vuelta a la esquina de la Cooperativa
del Pueblo, la puerta amarilla se abrió; tres personas
salieron. Dos eran excavadores. La persona a la que
dijeron adiós y que agitó la mano tras ellos, y que ahora
se reclinaba contra la jamba de la puerta para esperar,
vestida con algo sin mangas y largo hasta los tobillos y
negro, con su corto pelo plateado ahora como los flecos
de la manga de Bron (o más bien de Sam), era la Púa.
Los excavadores pasaron. Uno sonrió. Bron asintió
con la cabeza. La Púa, aún reclinada contra la puerta, los
brazos cruzados, exclamó:
—¡Hola! ¡Vaya exactitud! —y se echó a reír.
Suavemente. En un antebrazo llevaba un guantelete
plateado, damasquinado con intrincados símbolos.
Mientras Bron se acercaba, se irguió, tendió sus manos.
Con plata colgando de su mano izquierda, Bron tomó
las manos de ella entre las de él y rió.
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