Page 127 - Anatema - Neal Stephenson
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—¿Otra vez? —Que era su molesta forma de pedir una


          aclaración—. El Guardián del Cielo.

            —Moshiánicos  —dije,  y  pasé  un  rato  contándole  las

          entrevistas de fra Orolo con Flec y Quin.


            La naturaleza del entorno fue cambiando a medida que

          avanzábamos:  menos  talleres,  más  almacenes.  Las

          gabarras podían navegar por esa zona del río y, por tanto,


          era allí donde la gente tendía a almacenar las cosas. Ya se

          veían más vehículos: muchos drumones, que tenían hasta

          una  docena  de  ruedas  y  se  empleaban  para  transportar


          objetos grandes y pesados por distritos como ése. Tenían

          el  mismo  aspecto  que  recordaba.  Algunos  transbores


          correteaban por ahí con cargas más pequeñas bien sujetas

          a  la  parte  trasera.  Eran  más  coloristas.  Sus  propietarios

          tendían  a  ser  artesanos,  y  quedaba  claro  que  invertían


          mucho  tiempo  en  modificar  la  forma  y  el  color  de  los

          vehículos,  aparentemente  sin  otro  motivo  que  el  de


          entretenerse. O quizá fuese una forma de competir, como

          el  plumaje  de  los  pájaros.  En  cualquier  caso,  los  estilos

          cambiaban bastante, y por tanto Jesry y yo callábamos y


          nos parábamos cuando pasaba un transbor especialmente

          extraño  o  llamativo.  Los  conductores  nos  miraban

          fijamente.


            —Bien, no sabía nada de eso del Guardián del Cielo —

          concluyó Jesry—. He estado muy ocupado computando

          para el grupo de Orolo.







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