Page 139 - Anatema - Neal Stephenson
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había liberado como una burbuja de gas de los pantanos


          bajo  aguas  oscuras.  Desde  entonces  había  estado

          ascendiendo  y  expandiéndose,  y  justo  en  ese  momento

          estalló esparciendo un pestazo tremendo, repugnante.


            A mis ojos, mi antiguo estabil parecía un modelo a escala

          de sí mismo, montado por un aficionado sin demasiada

          habilidad. Algunas aulas estaban cegadas con tablones. En


          mi época habían estado llenas, lo que confirmaba que la

          población  se  iba  reduciendo.  Quizá  cuando  yo  me

          convirtiese en granfra allí hubiese un bosque nuevo.


            Un  autobús  vacío  salió  de  la  entrada.  Antes  de  que

          llegase  el  siguiente  entreví  una  multitud  de  jóvenes


          tambaleándose bajo enormes mochilas por un cañón de

          luces de colores alegres: un paso cubierto flanqueado de

          máquinas de tentempiés, bebidas y ruidos para llamar la


          atención. Desde allí llevaron el desayuno a sus aulas, que

          Jesry y yo veíamos por las ventanas: en algunas, los niños


          miraban  el  mismo  programa  en  una  única  y  enorme

          pantalla; en otras, cada uno disponía de su propio panel.

          En un extremo, la pared del gimnasio mostraba los ritmos


          de baja frecuencia de un programa deportivo. Reconocí el

          ritmo. Era el mismo que usaban cuando yo asistía.

            Hacía diez años que Jesry y yo no veíamos imágenes en


          movimiento,  así  que  nos  quedamos  allí  unos  minutos,

          hipnotizados. Pero yo ya me había orientado y, cuando

          conseguí que Jesry se moviera, le guie hasta las calles por


          las que había vagado de niño. Allí la gente tenía tantas



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