Page 317 - Anatema - Neal Stephenson
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dábamos el lujo de probar diferentes actividades, a ver si


          nos gustaban.

            Fra Orolo, por ejemplo, conversaba continuamente con la

          uva bibliotecaria. Estábamos demasiado al norte. Las uvas


          no estaban contentas. Pero teníamos una pendiente que

          miraba  al  sur,  entre  los  árboles  de  páginas  y  el  muro

          exterior del concento, donde se dignaban crecer.


            —La apicultura —me dijo Arsibalt cuando le pregunté

          qué le interesaba.

            Me reí imaginándome a Arsibalt rodeado de una nube de


          abejas.

            —Siempre  me  ha  parecido  que  acabarías  haciendo  un


          trabajo bajo techo —dije—, con cosas inanimadas. Pensaba

          que encuadernarías libros.

            —En esta época del año, la apicultura es un trabajo de


          interior  con  cosas  muertas  —dijo—.  Quizá  cuando  las

          abejas dejen de hibernar ya no me guste tanto. ¿Qué hay


          de ti, fra Erasmas?

            Aunque Arsibalt no lo sabía, era un tema delicado. Había

          otra razón para tener un quehacer: si resultaba que eras


          incapaz de hacer cualquier otra cosa, podías renunciar a

          los libros, las salas de tiza y los diálogos y ser un obrero el

          resto  de  tu  vida.  Se  llamaba  «quedarse  atrás».  Había


          muchos  avotos  en  esa  situación,  preparando  comida,

          elaborando cerveza, tallando piedras, y no era un secreto

          de quiénes se trataba.







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