Page 370 - Anatema - Neal Stephenson
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Subí mientras Statho leía alguna tontería antigua sobre la


          Disciplina y cómo era preciso hacerla cumplir. Quizá no

          subí tan rápido como hubiese podido, porque era evidente

          que se acercaba el momento en que gritaría el nombre del


          expulsado, y yo quería oírlo. Llegué arriba, apoyé la mano

          en la puerta que daba al astrohenge, y maté el tiempo un

          minuto.


            Al  fin  dijo  «Orolo».  No  «fra  Orolo»,  porque  en  ese

          instante había dejado de ser fra.

            ¿Cómo  iba  a  sorprenderme?  Desde  que  había  oído


          «Anatema» sabía que se trataba de Orolo. Aun así grité:

          «¡No!» Nadie me oyó, porque al mismo tiempo lo dijeron


          todos los demás; el grito ascendió por el pozo como un

          golpe  de  tambor.  Y  murió,  reemplazado  por  un  sonido

          muy  extraño,  que  nunca  había  oído:  allá  abajo  estaban


          gritando.

            ¿Por  qué  grité  que  no  si  lo  sabía  desde  el  primer


          momento? No era por incredulidad. Era una objeción. Una

          negativa. Una declaración de guerra.

            Orolo estaba preparado. De inmediato cruzó la puerta de


          nuestra pantalla y la cerró con firmeza, antes de que sus

          antiguos  hermanos  y  hermanas  pudiesen  decirle  adiós,

          porque habría llevado un año. Era mejor irse como quien


          muere por la caída de un árbol. Entró en el presbiterio y

          arrojó su esfera al suelo. Luego se desanudó el cordón, que

          cayó alrededor de sus tobillos. Salió de él y agarró el borde


          inferior de su paño para sacárselo por los hombros. Luego,



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