Page 298 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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De esa forma, con la máscara antigás en la
mano, entré en la Bóveda de Londres.
¡El ruido era increíble! Ésa fue mi primera
impresión. Era como estar en una inmensa
cripta que compartía con millones. Un
alboroto de voces, los chirridos de las ruedas
del tren y el zumbido de los tranvías: todo
parecía resonar bajo aquel inmenso techo y
caía sobre mí. Hacía muchísimo calor, más
que en el Raglan. Percibía muchísimos olores,
no todos agradables: de comida, del ozono
de las máquinas, del humo y aceite de los
trenes y, sobre todo, de gente, millones de
personas respirando y transpirando bajo la
gran manta de aire.
Aquí y allá en la misma Bóveda había luces:
no las suficientes para iluminar las calles,
pero sí para que fuese posible moverse
guiándose por ellas. Vi pequeñas formas
volando por entre las luces: eran las palomas
de Londres, me dijo Filby —todavía
sobrevivían, aunque ahora debilitadas por
los años de oscuridad—, y junto a las
palomas una cuantas colonias de
murciélagos, poco populares en algunos dis‐
tritos.
En una esquina del Techo, al norte, se
proyectaba un espectáculo de luz. Oí el eco
de una voz amplificada que provenía de
aquella dirección. Filby la llamaba «la
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