Page 131 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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su enorme capilla, dominaba el patio interior. Su débil son‐
risa, quizá despectiva hacia los demás dioses y sus adora‐
dores, era, a su manera, tan llamativa como las encadena‐
das sonrisas de los cráneos que llevaba como un collar. Sos‐
tenía dagas en sus manos, y permanecía inclinada hacia de‐
lante como a medio dar un paso, como si estuviera du‐
dando entre danzar o acuchillar a aquellos que acudían a
su altar. Sus labios eran carnosos, sus ojos enormes. Vista a
la luz de las antorchas, parecía moverse.
Era lógico, en consecuencia, que su altar estuviera frente
al de Yama, dios de la Muerte. Había sido decidido, lógica‐
mente, por los sacerdotes y arquitectos, que él era la más
adecuada de todas las deidades para pasar todos los minu‐
tos del día frente a ella, enfrentando su fija y mortífera mi‐
rada con la suya, devolviéndole su semisonrisa con la re‐
torcida sonrisa de su boca. Incluso los más devotos daban
generalmente un rodeo antes que pasar entre las dos capi‐
llas, y, después de oscurecer, aquella sección del patio era
siempre sede del silencio y la quietud, en ausencia de todo
tipo de adoradores rezagados.
Procedente del norte, mientras los vientos primaverales
soplaban por todo el territorio, vino el llamado Rild. Un
hombre pequeño, de cabello blanco, aunque sus años eran
pocos, Rild, que llevaba el oscuro atuendo del peregrino,
pero cuyo antebrazo, cuando lo hallaron tendido en una
zanja devorado por la fiebre, exhibía la cuerda de estran‐
gular carmesí que revelaba su auténtica profesión: Rild.
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