Page 134 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
P. 134
Cuando la oscuridad se extendió sobre el mundo, los via‐
jeros y ciudadanos que habían echado a andar tan pronto
como oyeron el resonar de los tambores empezaron a llegar
al campo del festival, tan enorme como uno de los antiguos
campos de batalla. Allá ocuparon sus lugares y aguardaron
a que la noche se hiciera más profunda y se iniciara el
drama, bebiendo el té de dulzón aroma que adquirían en
los tenderetes situados al pie de los árboles.
Un gran caldero de latón lleno de aceite, alto como un
hombre, con mechas colgando de sus bordes, se erguía en
el centro del campo. Las mechas fueron prendidas, y las
antorchas parpadearon junto a las tiendas de los actores.
El sonido de los tambores, a poca distancia, era ensorde‐
cedor e hipnótico, el ritmo complicado, sincopado, insi‐
dioso. Al aproximarse la medianoche se iniciaron los can‐
tos devotos, ascendiendo y descendiendo al ritmo de la
percusión, tejiendo una red en torno a los sentidos.
Hubo un breve paréntesis cuando llegaron el Iluminado
y sus monjes, con sus ropajes amarillos casi anaranjados a
la luz de las llamas. Pero echaron hacia atrás sus capuchas
y se sentaron con las piernas cruzadas en el suelo. Al cabo
de un tiempo, solamente los cantos y las voces de los tam‐
bores llenaban las mentes de la concurrencia.
Cuando aparecieron los actores, gigantescos en sus ma‐
quillajes y con las campanillas sonando mientras sus pies
batían contra el suelo, no hubo aplausos, sólo una fasci‐
nada atención. Los danzarines kathakali eran famosos, en‐
trenados desde su juventud tanto en las acrobacias como
134

