Page 37 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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–Todo mi trabajo, todos nuestros esfuerzos de más de me‐


        dio siglo.

           –¿Quieres decir, su cuerpo?

           Yama asintió.


           –Un  cuerpo  humano  es  el  mayor  atractivo  que  puede

        ofrecérsele a cualquier demonio.


           –¿Por qué se arriesgaría Sam a ello?

           Yama miró fijamente a Tak, sin verlo.

           –Debe haber sido su única forma de apelar a su voluntad


        de vivir, de ligarse de nuevo a su tarea poniéndose en pe‐

        ligro, ofreciendo su propia existencia en cada rodar de los

        dados.


           Tak se sirvió otro vaso de vino y lo apuró de un trago.

           –Eso es incognoscible para mí –dijo.


           Pero Yama agitó la cabeza.

           –Tan sólo desconocido –rectificó–. Sam no es en absoluto

        un santo, pero tampoco es un estúpido.


           «Aunque casi me atrevería a decir que sí –decidió al cabo

        de un momento, y aquella noche esparció repelente contra

        demonios por todo el monasterio.


           A la mañana siguiente, un hombrecillo se acercó al mo‐

        nasterio y se sentó ante su entrada delantera, colocando un

        cuenco de mendigo en el suelo a sus pies. Llevaba unas raí‐


        das y andrajosas ropas de tosca tela marrón que le llegaban

        hasta los tobillos. Un parche negro cubría su ojo izquierdo.


        Lo que quedaba de su pelo era oscuro y muy largo. Su afi‐

        lada nariz, su pequeña barbilla y sus orejas altas y aplasta‐

        das daban a su rostro una apariencia zorruna. Su piel era




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