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Greco), ligado a la “vivencia”, al “sentido”. Cualquier aspecto de lo pedagógico –o de lo educativo en
su sentido más amplio-, sólo puede ser comprendido en su verdadera naturaleza y en sus auténticas
dimensiones si se perciben como vida vivida, como experiencia vivida. Tal como señala José
Contreras (2010:23-26); tiene que ver con las dimensiones del vivir en donde el ser íntimo de cada
uno está implicado, pero también con las múltiples dimensiones del existir. Al decir experiencia el
autor está refiriendo entonces tanto a ciertos acontecimientos o fenómenos como a cierta forma de
vivir los acontecimientos. Experiencia y subjetividad están, por tanto, íntimamente relacionadas.
En la misma línea de pensamiento Larrosa define la “experiencia de sí” como resultado de procesos
de significación regulados socialmente que otorgan un sentido a la propia práctica en un contexto
particular. Así, para Larrosa: “(…) toda experiencia no es “eso que pasa”-solamente delante de
nuestros ojos, sino: “(…) que es ‘eso que me pasa a mí’, pues la experiencia es una relación en la que
algo tiene lugar en mí. (…) Es una relación en la que algo pasa de mí a lo otro y de lo otro a mí. Y en
ese paso, dice el autor, tanto yo como los otros sufrimos efectos, somos afectados’” (Larrosa,
2009:20).
Entonces, ¿qué fue eso que viví y que vivimos? ¿qué pasó y nos pasó? ¿qué nos llevó a
problematizarnos y a plantearnos la formación permanente como objeto de investigación?
Durante cuatro años, con nuestros estudiantes de la carrera de Ciencias de la Educación y en
articulación con los equipos docentes de práctica y residencia de carreras de profesorado de tres
Institutos superiores de nuestra provincia, organizamos viajes pedagógicos a distintas escuelas de
la Quebrada y Puna Jujeña, en el marco de un proyecto de investigación-formación-extensión inter-
cátedras denominado “Experiencias pedagógicas y de formación de docentes de la Provincia de Jujuy”.
Estos viajes duraban tres días y concluían con un encuentro de intercambio de experiencias
pedagógicas en la que docentes, estudiantes de todos los niveles educativos juntos con nosotros-
los viajeros pedagógicos- compartíamos nuestras experiencias de trabajo y de formación docente.
El proyecto buscaba hacer visible la riqueza y variedad pedagógica de nuestras escuelas en tanto
considerábamos al docente como portador y productor de saber pedagógico- Buscaba a la a la vez
de promover espacios de formación entre pares. En dichos viajes a escuelas de lugares remotos de
nuestra geografía jujeña, pudimos advertir una heterogeneidad de situaciones, algunas de ellas nos
vincularon con nuestra preocupación por la formación permanente: por un lado, maestros de
escuelas rurales que conformaban comunidades de aprendizaje y se organizaban para estudiar
juntos; escuelas que junto al Instituto de Formación Docente de la zona articulaban acciones
conjuntas de formación, hasta docentes de escuelas rurales que nunca se capacitaban , situación
que daba cuenta de la gran desigualdad existente que vivían para el acceso de a instancias de
formación permanente. Estos maestros, subían a la escuela un día lunes con el primer colectivo que
pasaba por la zona, o con alguna camioneta del comisionado municipal que los acercaba, pero
regresaban a las localidades cabeceras de departamento los días viernes. Y desde allí muchos de
ellos emprendían otro viaje hasta regresar a sus hogares, en otros departamentos de la provincia.
En esas condiciones de trabajo, no tenían muchas opciones para formarse. En general, los cursos de
capacitación docente, se dictan en los principales centros urbanos y especialmente los fines de
semana. Como es de esperar, ellos prefieren compartir su escaso tiempo personal del fin de semana
con sus familias. La formación entonces postergada. Si bien en los últimos años se concretaron
muchos avances en cuanto a las políticas de formación permanente, éstas no satisfacían sus
necesidades y, si eran virtuales, muchas veces éstas no podían aprovecharse por la falta de
conectividad en esas zonas para acceder a las ofertas ofrecidas por el ministerio. Por otro lado,
cuando podían acceder a alguna propuesta de formación, era fuerte la crítica de los maestros a los
clásicos formatos de cursos de capacitación. Tal como nos relataba un maestro de la escuela de
Santa Catalina al oeste de la ciudad de La Quiaca, quien nos hablaba de su cansancio y poco valor de
las capacitaciones hechas por foráneos, especialistas del ministerio o de las universidades o
fundaciones que llegaban hasta ellos a hablarles de teoría, de sus modelos de enseñanza, tal lejanos
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