Page 102 - La muerte de Artemio Cruz
P. 102

muertos. De pie, héroe sin testigos. De pie, rodeado de abandono, mientras la batalla se
                  libraba fuera del pueblo, con ese latido de tambores.
                      Bajó  la  mirada.  El  brazo  muerto  del  coronel  Zagal  se  extendía  hacia  la  cabeza
                  muerta de Gonzalo. El yaqui estaba sentado, con el cuerpo contra el paredón; su espalda
                  había dejado una firma rayada sobre la lona de la camilla. Se hincó junto al coronel y le
                  cerró los ojos.
                      Se incorporó velozmente y respiró un aire en el que quiso encontrar, agradecer, dar
                  nombre  a  su  vida  y  a  su  libertad.  Pero  estaba  solo.  No  tenía  testigos.  No  tenía
                  compañeros. Un grito sordo se le escapó de la garganta, apagado por la metralla pareja
                  en la lejanía.
                      «Estoy libre; estoy libre.»
                      Juntó los puños sobre el estómago y el rostro se torció de dolor.
                      Levantó la mirada y vio, por fin, lo que debía ver un ajusticiado al alba: la lejana
                  línea de montañas, el cielo ya blanquecino, los muros de adobe del patio. Escuchó lo
                  que debía escuchar un ajusticiado al alba: los chirríos de los pájaros escondidos, un grito
                  agudo de niño hambriento, ese martilleo extraño de algún trabajador del pueblo, ajeno al
                  estruendo invariable, monótono, perdido, del cañoneo y la fusilata que continuaban a
                  sus espaldas. Trabajo anónimo, más fuerte que el estruendo, seguro de que pasada la
                  lucha, la muerte, la victoria, el sol volvería a salir, todos los días...



                      YO no puedo desear; yo dejo que hagan. Trato de tocarlo. Lo recorro del ombligo al
                  pubis. Redondo. Pastoso. Yo ya no sé. El médico se ha ido. Dijo que iba a buscar a otros
                  médicos. No quiere hacerse responsable de mí. Yo ya no sé. Pero los veo. Han entrado.
                  Se abre, se cierra la puerta de caoba y los pasos no se escuchan sobre el tapete hondo.
                  Han cerrado las ventanas. Han corrido, con un siseo, las cortinas grises. Han entrado.
                      —Acércate, hijita... que te reconozca... dile tu nombre...
                      Huele bien. Ella huele bonito. Ah sí, aún puedo distinguir las mejillas encendidas,
                  los ojos brillantes, toda la figura joven, graciosa, que a pasos cortados se acerca a mi
                  lecho.
                      —Soy... soy Gloria...
                      Trato de murmurar su nombre. Sé que no se escuchan mis palabras. Por lo menos
                  esto debo agradecerle a Teresa: haberme acercado el cuerpo joven de su hija. Si sólo
                  distinguiera mejor su rostro. Si sólo pudiera ver mejor su mueca. Debe darse cuenta de
                  este olor de escamas muertas, de vómito y sangre; debe mirar este pecho hundido, esta
                  barba gris y revuelta, estas orejas cerosas, este fluido incontenible de la nariz, esta saliva
                  seca sobre los labios y el mentón, estos ojos sin rumbo que deben ensayar otra mirada,
                  estos...
                      La alejan de mí.
                      —Pobrecita... se ha impresionado...
                      —¿Eh?
                      —Nada, papá; descanse.

                      Dicen  que  es  novia  del  hijo  de  Padilla.  Cómo  debe  besarla,  qué  palabras  debe
                  decirle,  ah,  sí,  qué  rubor.  Entran  y  salen.  Me  tocan  el  hombro,  mueven  las  cabezas,
                  murmuran frases de aliento, sí, no saben que los escucho, a pesar de todo: escucho las
                  conversaciones  más  apartadas,  las  pláticas  en  los  rincones  de  la  recámara,  no  las
                  cercanas, las palabras dichas junto a mi cabecera.
                      —¿Cómo lo ve, señor Padilla?

                 E-book descargado desde  http://mxgo.net  Visitanos y baja miles de e-books Gratis /Página 102
   97   98   99   100   101   102   103   104   105   106   107