Page 103 - La muerte de Artemio Cruz
P. 103

—Mal, mal.
                      —Deja todo un imperio.
                      —Sí.
                      —¡Tantos años a la cabeza de sus negocios!
                      —Será muy difícil sustituirlo.
                      —Le diré. Después de don Artemio, nadie más indicado que usted...
                      —Sí, estoy compenetrado...
                      —¿Y quién tomaría el puesto de usted, en ese caso?
                      —Sobran gentes preparadas.
                      —Entonces, ¿se calculan varios ascensos?
                      —Cómo no. Toda una nueva distribución de responsabilidades.
                      Ah, Padilla, acércate. ¿Trajiste la grabadora?
                      —¿Usted se hace responsable?
                      —Don Artemio... Aquí le traigo...
                      «—Sí, patrón.
                      «—Esté usted listo. El gobierno va a actuar con mano de hierro y usted debe estar
                  preparado para tomar la dirección del sindicato.
                      «—Sí, patrón.
                      «—Le advierto que varios zorros también se están preparando. Yo ya le insinué a
                  las autoridades que usted es el que cuenta con nuestra confianza. ¿No gusta algo?
                      «—Gracias, pero ya comí. Comí hace rato.
                      «—No se deje comer el mandado. Dése su vueltecita, pero ya, por la Secretaría, por
                  la CTM, por ahí...
                      «—Cómo no, patrón. Cuente conmigo.
                      «—Adiós, Campanela. A tenebrosear. Mucho ojo. Abusado. Vamos, Padilla...»
                      Ya. Se acabó. Ah. Eso fue todo. ¿Eso fue todo? Quién sabe. No me acuerdo. Hace
                  tiempo que no escucho las voces de esa grabadora. Hace tiempo que disimulo. ¿Quién
                  me toca? ¿Quién está tan cerca de mí? Qué inútil, Catalina. Me digo: qué inútil, qué
                  inútil caricia. Me pregunto: ¿qué vas a decirme?, ¿crees que has encontrado al fin las
                  palabras  que  nunca  te  atreviste  a  pronunciar?  Ah,  ¿tú  me  quisiste?,  ¿por  qué  no  lo
                  dijimos? Yo te quise. Ya no recuerdo. Tu caricia me obliga a verte y no sé, no entiendo
                  por  qué,  sentada  a  mi  lado,  compartes  al  fin  este  recuerdo  conmigo  y  esta  vez  sin
                  reproches en tu mirada. El orgullo. Nos salvó el orgullo. Nos mató el orgullo.
                      —...por un sueldo miserable, mientras nos ofende con esa mujer, nos refriega el lujo
                  en las narices, nos da lo que nos da como si fuéramos pordioseros...
                      No entendieron. No hice nada por ellos. No los tomé en cuenta. Lo hice por mí. No
                  me interesan estas historias. No me interesa recordar la vida de Teresa y Gerardo. No
                  me importan.
                      —¿Por qué no le exigiste que te diera tu lugar, Gerardo? Tú eres tan responsable
                  como él...
                      No me interesan.
                      —Cálmate, Teresita, comprende mi posición; yo no me quejo.
                      —Un poco de responsabilidad; ni eso...
                      —Déjenlo descansar.
                      —¡No te pongas de su lado! A nadie hizo sufrir más que a ti...
                      Yo sobreviví. Regina. ¿Cómo te llamabas? No. Tú Regina. ¿Cómo te llamabas tú,
                  soldado  sin  nombre?  Gonzalo.  Gonzalo  Bernal.  Un  yaqui.  Un  pobrecito  yaqui.
                  Sobreviví. Ustedes murieron.



                 E-book descargado desde  http://mxgo.net  Visitanos y baja miles de e-books Gratis /Página 103
   98   99   100   101   102   103   104   105   106   107   108