Page 139 - COELHO PAULO - El Demonio Y La Srta Prym 4.RTF
P. 139

Descubrirían la realidad cuando ya fuera demasiado
                   tarde.
                            Solamente lamentaba una cosa: nunca había
                   visto el mar. Sabía que existía, que era inmenso,
                   furioso y calmado a la vez, pero nunca había
                   podido acercarse al mar, no había sentido el sabor
                   del agua salada en la boca, ni el tacto de la
                   arena debajo de sus pies descalzos, no se había
                   sumergido en el agua fría como quien vuelve al
                   vientre de la Gran Madre (recordó que a los celtas
                   les gustaba esa palabra).
                            Aparte de eso, poco tenía de qué quejarse.
                   Estaba triste, muy triste por tener que irse de
                   esa manera, pero no quería sentirse cómo una
                   víctima: seguramente Dios la había elegido para
                   aquel papel, que era mucho mejor que el que Él
                   había elegido para el sacerdote.
                   -Quiero hablarte del Bien y del Mal -oyó decir
                   al cura, al mismo tiempo que sentía una especie de
                   torpeza en las manos y los pies.
                   -No hace falta. Usted no conoce el Bien. El
                   daño que le hicieron lo envenenó y ahora está
                   desparramando esta peste por nuestra tierra. No es
                   diferente del extranjero que ha venido a
                   destruirnos.
                            Apenas si oyó sus últimas palabras. Miró la
                   estrella, y cerró los ojos.


                            El extranjero fue hasta el lavabo de su
                   habitación, lavó cuidadosamente cada uno de los
                   lingotes de oro y volvió a guardarlos en la vieja
                   y gastada mochila. Dos días antes había hecho un
                   mutis, pero ahora volvía para el último acto; era
                   imprescindible aparecer en escena.
                            Lo había planeado todo meticulosamente:
                   desde la elección de la aldea aislada, con pocos
                   habitantes, hasta el hecho de tener un cómplice,
                   de manera que, si las cosas se ponían feas, nadie
                   pudiera acusarlo de ser el inductor de un crimen.
                            El magnetófono, la recompensa, los movimientos
   134   135   136   137   138   139   140   141   142   143   144