Page 144 - COELHO PAULO - El Demonio Y La Srta Prym 4.RTF
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acostumbrados a ver a la vieja sentada allí,
                   contemplando las montañas y hablando sola. Menos
                   mal que el pueblo tenía otras dos salidas, aparte
                   de un atajo, con una escalera improvisada, que
                   daba a la carretera de abajo.
                   -¡Acabemos de una vez! -dijo el alcalde, muy
                   contento porque el sacerdote ya no decía nada y su
                   autoridad había sido restablecida-. Alguien podría
                   ver las luces desde el valle y subir a ver qué
                   está pasando. Preparen las escopetas, disparen, y
                   vámonos.
                            Sin solemnidad. En el cumplimiento del deber,
                   como buenos soldados que defendían a su pueblo.
                   Sin dudas. Era una orden y debían obedecerla.
                   Pero, de repente, el alcalde no sólo comprendió
                   el silencio del sacerdote, sino que tuvo la
                   certeza de estar cayendo en una trampa. A partir
                   de entonces, si alguna vez se filtraba el asunto,
                   todos podrían decir lo mismo que los asesinos de
                   guerra: que estaban cumpliendo órdenes. ¿Qué
                   estaba pasando en el corazón de aquellas personas?
                   ¿Lo consideraban un canalla o un salvador?
                            No podía flaquear, precisamente en el momento
                   en que oyó el chasquido de las escopetas desdoblándose,
                   el cañón encajando perfectamente en la culata. Se
                   imaginó el estruendo que harían las 174 armas, pero,
                   antes de que alguien tuviera tiempo de subir a ver
                   lo que había pasado, ellos ya estarían lejos; poco
                   antes de iniciar el ascenso, había dado orden de
                   apagar todas las linternas en el camino de vuelta.
                   Se sabían de memoria el camino, la luz sólo era
                   necesaria para evitar accidentes a la hora de
                   disparar.
                            Instintivamente, las mujeres se echaron atrás
                   Y los hombres apuntaron en dirección al cuerpo inerte,
                   que distaba unos cincuenta metros. No podían fallar;
                   desde pequeños les habían enseñado a disparar a
                   animales en movimiento y a pájaros en pleno vuelo.
                   El alcalde se preparó para dar la orden de
                   disparar.
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