Page 146 - COELHO PAULO - El Demonio Y La Srta Prym 4.RTF
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el odio-. ¡El loco eres tú, que has caído en esta
                   trampa que nos arrastra hacia la maldición y la muerte!
                   ¡Eres un irresponsable!
                            El alcalde avanzó hacia ella pero dos hombres
                   lo sujetaron.
                   -¡Queremos escuchar a la chica! -gritó una voz
                   entre el gentío-. ¿Qué importa esperar diez
                   minutos?
                            Diez minutos -o cinco- representaban una
                   gran diferencia y todos los presentes, hombres o
                   mujeres, lo sabían de sobras. A medida que se
                   enfrentaban con la escena, el miedo aumentaba, el
                   sentimiento de culpa se extendía, la vergüenza se
                   iba apoderando de ellos, les temblaban las manos y
                   todos querían una excusa para cambiar de idea.
                   Mientras subían, estaban convencidos de que su
                   arma estaba cargada con munición de fogueo y que
                   después habría terminado todo; pero ahora les daba
                   miedo que del cañón de su escopeta salieran los
                   proyectiles auténticos y que el fantasma de
                   aquella vieja -que tenía fama de bruja- se les
                   apareciera por las noches.
                            O que alguien se fuera de la lengua. O que
                   el cura no hubiera hecho lo prometido y que todos
                   fueran culpables.
                   -Cinco minutos -dijo el alcalde, haciendo todo
                   lo posible para que los demás creyeran que le
                   estaba dando permiso, cuando, en realidad, la
                   chica había conseguido imponer sus reglas.
                   -¡Hablaré cuanto quiera! -dijo Chantal, que
                   parecía haber recuperado la calma, no estaba
                   dispuesta a ceder ni un centímetro y hablaba con
                   una autoridad nunca vista-. Pero no será mucho. Es
                   curioso observar lo que está sucediendo porque
                   todos nosotros sabemos que, en tiempos de Ahab,
                   solían pasar por el pueblo unos hombres que
                   aseguraban tener unos polvos mágicos que


                   transformaban el plomo en oro. Se llamaban a sí
                   mismos alquimistas y, por lo menos uno de ellos,
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