Page 14 - 14 ENRIQUE IV--WILLIAM SHAKESPEARE
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               William Shakespeare                    donde los libros son gratis

               wives», pasa en la época intermediaria de la segundo parte de Enrique
               IV  a  Enrique V.  Convenido, pero Sir John ha muerto a mis ojos y
               aquel trozo informe de carne que arrojan al río en un canasto de ropa
               sucia, que es víctima de farsas imbéciles, no es el chispeante
               habituado de East-Cheap, el de la lengua lista, el recurso ágil, la
               parada instintiva. No me consuelo de verle perder su aureola. Tal así,
               el Athelstane de  Ivanhoe,  personaje típico, completo, es ridículo
               cuando Walter Scott, a ruegos de un editor absurdo, le arranca de la
               tumba para llamarle a la acción. Donde Shakespeare pone la garra,
               rastro queda, sin duda. Pero Sir John merecía más respeto. Había
               concluido su carrera; sin la luz de Hal, volvía a la sombra; sin la noble
               compañía que hasta cierto punto ennoblecía sus vicios, se convierte en
               un viejo truhán común. A más, lo diré? Shakespeare necesita el
               contraste para hacer brillar su  humour  incomparable; los grandes
               golpes de Hotspur, la melancolía secreta de Bolingbroke, le sirven
               para destacar la figura  insouciante  de Falstaff, repleta de la  non
               curanza  de la vida seria. En Windsor, el cuadro es pequeño y los
               personajes, si bien grotescos, insípidos. Sir John es caballero al fin y
               al cabo y necesita apegarse por algún punto a su mundo normal. A
               más, en Windsor está muy viejo ya. El cabello gris, cuyos reflejos se
               coloreaban al resplandor de su faz rojiza, están ya blancos. Burlado
               por un par de viejas ridículas, él, que hizo frente al lord Gran Juez, él,
               que se batió en Shrewsbury y que se midió con el cadáver de Percy!
                   Shakespeare necesita el contraste, porque la vida es contraste y él
               es el reflector supremo del mundo moral. Así destaca el alma- abismo
               de Ricardo III, así da relieve a Lear, así, en la noche de angustia que
               precede a Azincourt, arroja sobre la tela sombría el clarear ridículo del
               capitán galense. Falstaff está en su cuadro natural en  Enrique IV. Es
               ese su campo de batalla y allí debió morir, no de la muerte trágica de
               Hotspur, sino tras la tela, en la melancolía nostálgica de la ingratitud
               de Hal.



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