Page 60 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Cuando se fue la mujer, él volvió a hablar.
— El artista conocía a la Gran Madre, la Diosa, el rostro misericordioso
de Dios. Hay una pregunta que me hiciste y que hasta el momento no he con-
testado con claridad. Tú me preguntaste: «¿Dónde aprendiste todo eso?»
Sí, le había preguntado y él ya había contestado. Pero me callé.
— Pues aprendí como este artista —continuó—. Acepté el amor de las
alturas. Me dejé guiar.
»Debes de acordarte de aquella carta donde te decía que quería entrar
en un monasterio. Nunca te lo, conté, pero el hecho es que terminé entrando.
Me acordé inmediatamente de la conversación antes de la conferencia.
Mi corazón empezó a latir más rápido, y traté de fijar la mirada en la Virgen,
que sonreía.
«No puede ser —pensé—. Entró, pero salió. Por favor, que me diga que
salió del seminario.»
— Ya había vivido con intensidad mi juventud —prosiguió, sin fijarse en
mis pensamientos—. Conocía otros pueblos y otros paisajes. Ya había busca-
do a Dios por todos los confines de la Tierra. Ya me había enamorado de otras
mujeres, y trabajado para muchos hombres en diversos oficios.
Otra punzada. «Necesito tener cuidado de que la Otra no vuelva», dije
para mis adentros, sin apartar la mirada de la sonrisa de la Virgen.
— Me fascinaba el misterio de la vida, y quería comprenderlo mejor.
Busqué las respuestas donde me decían que alguien sabía alguna cosa. Estu-
ve en la India y en Egipto. Conocí a maestros de la magia y de la meditación.
Conviví con alquimistas y sacerdotes.
»Y descubrí lo que necesitaba descubrir: que la Verdad siempre está
donde existe la Fe.
La verdad siempre está donde existe la fe. Volví a mirar la iglesia a mi al-
rededor…, las piedras gastadas, tantas veces derribadas y vueltas a colocar en
su sitio. ¿Qué era lo que llevaba al hombre a insistir tanto, a trabajar tanto para
reconstruir aquel pequeño templo… en un lugar remoto, enclavado en monta-
ñas tan altas?
La fe.
— Los budistas tenían razón, los hindúes tenían razón, los indios tenían
razón, los musulmanes tenían razón, los judíos tenían razón. Siempre que el
hombre siguiese, con sinceridad, el camino de la fe, sería capaz. de unirse a
Dios, de obrar milagros.
»Pero con saber eso no bastaba; era necesario escoger. Escogí la Igle-
sia Católica porque fui criado en ella, y mi infancia estaba impregnada de sus
misterios. Si hubiese nacido judío, habría elegido el judaísmo. Dios es el mis-
mo, aunque tenga mil nombres; pero tienes que escoger un nombre para lla-
marlo.

