Page 93 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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El padre respiró hondo. Dudó un momento, pero luego habló:
                         — Un científico que estudiaba a los monos en una isla de Indonesia lo-
                  gró enseñar a cierta mona que debía lavar las patatas en un río antes de co-
                  merlas. Sin la arena y la suciedad, el alimento resultaba más sabroso.
                         »El científico, que hizo eso sólo porque estaba escribiendo un trabajo
                  sobre la capacidad de aprendizaje de los chimpancés, no podía imaginar lo que
                  terminaría ocurriendo. Se sorprendió al ver que los demás monos de la isla
                  empezaban a imitarla.

                         »Hasta que un buen día, cuando un  número determinado de monos
                  aprendió a lavar patatas, los monos de todas las demás islas del archipiélago
                  comenzaron a hacer lo mismo. Pero lo más sorprendente es que estos otros
                  monos habían aprendido sin tener ningún contacto con la isla donde se estaba
                  realizando el experimento.
                         El padre hizo una pausa.

                         — ¿Lo ha entendido?
                         — No —respondí.

                         — Existen varios estudios científicos al respecto. La explicación más
                  común es que, cuando un determinado número de personas evolucionan, toda
                  la raza humana termina evolucionando.  No sabemos, cuántas personas son
                  necesarias, pero sabemos que es así. — Como la historia de la Inmaculada —
                  dije—. Se apareció a los sabios del Vaticano y a la campesina ignorante.
                         — El mundo tiene un alma, y llega un momento en que esa alma está en
                  todo y en todos al mismo tiempo.
                         — Un alma femenina.

                         El padre se rió, sin explicarme qué significaba esa risa.
                         — Además el dogma de la Inmaculada no fue cosa del Vaticano —dijo—
                  . Ocho millones de personas firmaron una petición al papa pidiéndoselo. Las
                  firmas llegaron de todos los rincones del mundo. La cosa estaba en el aire.
                         — ¿Éste es el primer paso, padre?

                         — ¿De qué?
                         — Del camino que llevará a Nuestra Señora a ser considerada la encar-
                  nación del rostro femenino de Dios. Después de todo, finalmente ya aceptamos
                  que Jesús encarnó su rostro masculino.
                         — ¿Qué quiere decir?

                         — ¿Cuánto tiempo tardaremos en aceptar una Santísima Trinidad en la
                  que aparezca la mujer? La Santísima Trinidad del Espíritu Santo, de la Madre y
                  del Hijo.

                         — Caminemos —dijo el padre—. Hace mucho frío para quedarnos aquí
                  parados.
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