Page 94 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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— Hace un rato, usted se fijó en mis sandalias —dijo el padre.

                         — ¿También lee el pensamiento? —pregunté.
                         El padre no me respondió.

                         — Le voy a contar parte de la historia de la fundación de nuestra Orden
                  religiosa —dijo—. Somos carmelitas descalzos, según las reglas establecidas
                  por santa Teresa de Ávila. Las sandalias son parte de nuestro atuendo; ser ca-
                  paz de dominar el cuerpo es ser capaz de dominar el espíritu.
                         »Teresa era una bonita mujer, metida en el convento por el padre para
                  que recibiese una educación más esmerada. Un bello día, mientras iba por un
                  pasillo, empezó a conversar con Jesús. Sus éxtasis eran tan fuertes y profun-
                  dos que se entregó totalmente a ellos, y en poco tiempo su vida cambió por
                  completo. Viendo que los conventos carmelitas se habían transformado en
                  agencias matrimoniales, resolvió crear una Orden que siguiese las enseñanzas
                  originales de Cristo y del Carmelo.
                         »Santa Teresa tuvo que vencerse a sí misma, y tuvo que enfrentarse a
                  los grandes poderes de su época: la Iglesia y el Estado. A pesar de eso, siguió
                  adelante, convencida de que necesitaba cumplir su misión.
                         »Un día, cuando su alma flaqueaba, se le apareció una mujer cubierta
                  de andrajos en la casa donde se hospedaba. Quería hablar a toda costa con la
                  monja. El dueño de la casa le ofreció una limosna, pero ella la rechazó: sólo se
                  iría de allí después de hablar con Teresa.

                         »Durante tres días esperó fuera, sin comer y sin beber. La monja, apia-
                  dada, pidió que entrase.
                         » No —dijo el dueño de la casa—. Está loca.
                         » Si les hiciese caso a todos, terminaría creyendo que la loca soy yo —
                  respondió la monja—. Puede ser que esta mujer tenga el mismo tipo de locura
                  que tengo yo: la de Cristo en la cruz.
                         — Santa Teresa hablaba con Cristo —dije.

                         — Sí —respondió el padre.
                         »Pero volvamos a la historia. Aquella mujer fue recibida por la monja. Di-
                  jo llamarse María de Jesús Yepes, de Granada. Era novicia carmelita cuando la
                  Virgen se le apareció pidiéndole que fundase un convento de acuerdo con las
                  reglas primitivas de la orden.

                         «Como santa Teresa», pensé.

                         — María de Jesús salió del convento el día que tuvo la visión, y se fue
                  caminando descalza hasta Roma. Su peregrinación duró dos años, un período
                  en el que durmió a la intemperie, sintió frío y calor, y sobrevivió a base de li-
                  mosnas y de la caridad ajena. Fue un milagro llegar allí. Pero todavía fue un
                  milagro más grande que la recibiera el papa Pío IV.
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