Page 30 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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Escena IX




                             Belmont. -Una sala en el castillo de PORCIA.



                             Entra NERISSA con un criado.

                             NERISSA.-  Pronto, pronto, te lo suplico; descorre inmediatamente la
                             cortina. El príncipe de Aragón ha prestado su juramento y viene a
                             hacer su elección al instante.


                             (Trompetería. Entran el PRÍNCIPE DE ARAGÓN, PORCIA y su séquito.)

                             PORCIA.-  Mirad, aquí están los cofrecitos, noble príncipe; si
                             escogéis el que contiene mi retrato, las ceremonias de nuestro
                             casamiento se celebrarán en seguida; pero, si os equivocáis,
                             deberéis, señor mío, sin hablar más, partir de aquí inmediatamente.
                             PRÍNCIPE DE ARAGÓN.-  Me he comprometido, bajo juramento, a tres
                             cosas: la primera, a no revelar jamás a nadie el cofrecito que
                             elija; la segunda, a no hablar nunca de matrimonio a una doncella
                             durante toda mi vida, si me equivoco de cofrecito; la tercera, a
                             despedirme de vos y partir si la fortuna me es contraria.
                             PORCIA.-  Esas son las condiciones que debe jurar quienquiera que
                             venga aquí a correr los azares de la suerte por mi insignificante
                             persona.
                             PRÍNCIPE DE ARAGÓN.-  Y así me he preparado. ¡Fortuna, responde
                             ahora a las esperanzas de mi corazón!... Oro, plata y plomo vil.
                             Quien me escoja debe dar y aventurar todo lo que tiene. Haréis bien
                             en tomar más bello aspecto antes que yo dé o aventure alguna cosa.
                             ¿Qué dice el cofrecito de oro? ¡Ah, veamos! Quien me escoja ganará
                             lo que muchos desean. ¡Lo que muchos hombres desean! Ese muchos
                             debe, sin duda, entenderse de la loca multitud que escoge por la
                             apariencia, que no sabe más que lo que le muestran sus ojos
                             enamorados de la superficialidad, que no penetra en el interior de
                             las cosas, sino que, como el vencejo, fabrica su nido a la
                             intemperie, sobre el muro exterior, en medio de los peligros y en el
                             camino mismo de los accidentes. No escogeré lo que muchos desean
                             porque no quiero ponerme al nivel de los espíritus vulgares y
                             confundirme en las filas de las bárbaras muchedumbres. Bien; ahora a
                             ti, palacio de plata; recítame de nuevo la inscripción que llevas.
                             Quien me escoja obtendrá tanto como merece. Y está muy bien dicho,
                             porque ¿quién intentará engañar a la fortuna y pretender elevarse en
                             honores si no tiene méritos para ello? Nadie presuma investirse de
                             una dignidad inmerecida. ¡Oh, si fuera posible que los bienes, las
                             jerarquías, los empleos, no se alcanzaran por medio de la
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