Page 35 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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SHYLOCK.-  ¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios! ¿Es verdad?
                             TUBAL.-  He hablado con algunos de los marineros que han escapado
                             del naufragio.
                             SHYLOCK.-  Te doy las gracias, mi buen Tubal. ¡Buenas noticias!
                             ¡Buenas noticias! ¡Ja, ja! ¿Dónde fue eso? ¿En Génova?
                             TUBAL.-  Vuestra hija ha gastado en Génova, según he oído decir,
                             ochenta ducados en una noche.
                             SHYLOCK.-  Me hundes un puñal en el corazón; no volveré a ver más mi
                             oro. ¡Ochenta ducados de una sola vez! ¡Ochenta ducados!
                             TUBAL.-  Han venido en mi compañía, camino de Venecia, diversos
                             acreedores de Antonio, que juraban que no podría evitar la
                             bancarrota.
                             SHYLOCK.-  Me alegro mucho de eso; le haré padecer, le torturaré.
                             Estoy gozoso.
                             TUBAL.-  Uno de estos acreedores me ha enseñado un anillo que había
                             recibido de vuestra hija a cambio de un mono.
                             SHYLOCK.-  ¡Maldita sea! Me atormentas, Tubal. Era mi turquesa. La
                             adquirí de Leah cuando era mu chacho; no la habría dado por todo un
                             desierto lleno de monos.
                             TUBAL.-  Pero Antonio está ciertamente arruinado.
                             SHYLOCK.-  Sí, sí, es verdad; es muy cierto. Anda, Tubal; tenme a
                             sueldo un corchete; prevenle con quince días de anticipación. Si no
                             está puntual en el día fijado, quiero tener su corazón; porque, una
                             vez fuera de Venecia, podré hacer todo el negocio que se me antoje.
                             Anda, Tubal, y ven a reunirte conmigo en nuestra sinagoga; anda, mi
                             buen Tubal; a nuestra sinagoga, Tubal. (Salen.)



                             Escena II




                             Belmont - Una sala en el castillo de PORCIA.



                             Entran BASSANIO, PORCIA, GRACIANO, NERISSA y las gentes del séquito.

                             PORCIA.-  No os apresuréis, os lo suplico; esperad un día o dos
                             antes de consultar la suerte, pues si escogéis mal, pierdo vuestra
                             compañía; así, pues, aguardad un poco. Hay algo que me dice -¡oh, no
                             es el amor!- que no quisiera perderos, y sabéis vos mismo que no es
                             el odio el que aconseja tal disposición de espíritu, sino el miedo
                             de que no me comprendáis bien -y, sin embargo, una joven no tiene
                             otro lenguaje que su pensamiento-; querría reteneros aquí un mes o
                             dos antes de que os pusieseis por mi causa en manos de la fortuna.
                             Podría enseñaros el medio de escoger bien, pero entonces sería
                             perjura, y no lo seré jamás. Por otra parte, podéis perderme; y si
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