Page 37 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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(La música acompaña este canto mientras BASSANIO busca mentalmente
descubrir el secreto de los cofrecitos.)
(Canción.)
Dime dónde nace la pasión.
¿Es en el corazón o en el cerebro?
¿Cómo se engendra? ¿Cómo se nutre?
Responde, responde.
Se engendra en los ojos,
se nutre de miradas y muere
en la cuna donde reposa.
Repiquemos todos el toque funeral de la pasión.
Voy a comenzar: ¡Din, don, ton!
EL CORO
¡Din, don, ton!
BASSANIO.- Las más brillantes apariencias pueden cubrir las más
vulgares realidades. El mundo vive siempre engañado por los
relumbrones. En justicia, ¿qué causa tan sospechosa y depravada
existe que una voz persuasiva no pueda, presentándola con habilidad,
disimular su odioso aspecto? En religión, ¿qué error detestable hay,
cuya enormidad no pueda desfigurar bajo bellos adornos un personaje
de grave continente, bendiciéndolo y apoyándolo en textos adecuados?
No hay vicio tan sencillo que no consiga dar en su aspecto exterior
alguno de los signos de la virtud. ¡Cuántos cobardes, cuyos
corazones son tan falsos como gradas de arena y a quienes cuando se
les escruta interiormente se encuentra el hígado blanco como la
leche, llevan en sus rostros las barbas de Hércules y de Marte, con
el ceño malhumorado! No se adornan con estas excrecencias del valor
más que para hacerse temibles. Contemplad una belleza y veréis que
está comprada al peso; una especie de milagro se verifica que hace
más livianas a aquellas que tienen una mayor cantidad. Así, esos
bucles dorados, enroscados en serpentina, que voltejean lascivos con
el viento, sobre una cabeza de belleza supuesta, examinados de cerca
resultan a menudo no ser sino los viudos de otra cabeza, cuyo cráneo
que los sustentó yace en el sepulcro. El ornamento no es, pues, más
que la orilla falaz de una mar peligrosa; el brillante velo que
cubre una belleza indiana; en una palabra, una verdad superficial de
la que el siglo, astuto, se sirve para atrapar a los más sensatos.
Por eso te rechazo en absoluto, oro, alimento de Midas, y a ti
también, pálido y vil agente entre el hombre y el hombre; pero a ti,
débil plomo, que amenazas más bien que prometes, tu sencillez me
convence más que la elocuencia, y es a ti al que escojo. ¡Que sea

