Page 38 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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dichosa la consecuencia de esta elección!
PORCIA.- ¡Cómo se disipan en el aire todas las pasiones que me
agitaban, excepto una sola: ansiedades de dudas, desesperación de la
precipitación temeraria, temor tembloroso, celos de ojos verdes! ¡Oh
amor, modérate; comprime tu éxtasis, haz derramar tu alegría
mesuradamente, limita tu ardor! ¡Siento demasiado vivamente tu
dicha; disminúyela, antes que llegue a trastornarme!
BASSANIO.-
(Abriendo el cofre de plomo.)
¿Qué es lo que encuentro aquí? ¡El retrato de la bella
Porcia! ¿Qué semidiós ha sabido aproximarse tanto a la
creación? Estos ojos, ¿se mueven o parece que están en
movimiento porque dejan atónitas las miradas de los
míos? Aquí están los labios, entreabiertos, separados
por una respiración aromada; tan dulce barrera merecería
separar tan dulces amigos. En sus cabellos, el pintor ha
imitado a la araña y ha tejido una red de oro para
prender los corazones de los hombres en más grande
número que los insectos se enredan en las telarañas.
Pero los ojos, ¿cómo ha podido verlos lo bastante para
pintarlos? Parece que el pintar uno solo era lo
suficiente para hacerle perder los dos suyos, y
detenerle así en su tarea. Mirad, sin embargo. Tanto más
daña la realidad de mis elogios a esta figura, al
desvalorizarla, cuanto el mismo retrato queda cojo en
comparación con la viviente realidad. Mas he aquí el
rollito que contiene la expresión somera de mi suerte
feliz.
(Lee.)
¡A vos, que no escogéis por la apariencia,
suerte siempre tan feliz y elección tan verdadera!
Ya que esta buena fortuna os alcanza,
contentaos con ella y no busquéis otra nueva.
Si os sentís satisfecho con esto,
y si consideráis vuestra aventura para dicha vuestra,
volveos del lado de vuestra dama
y reclamadla con un beso de amor.
¡Rollo encantador! Bella dama, con vuestro permiso,
vengo con mi escrito en la mano para dar y recibir. (La
besa.) Como cuando dos luchadores se disputan una
victoria, el que piensa haberse portado bien a los ojos
del pueblo, esperando los aplausos y los vítores
unánimes, se detiene con el espíritu lleno de
confusiones y calcula, indeciso, si esas aclamaciones
elogiosas se dirigen o no a él; así, tres veces, bella
dama, me detengo dudoso de saber si lo que veo es
verdad, hasta que me lo hayáis afirmado, confirmado y
ratificado.

