Page 28 - La Cabeza de la Hidra
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SEGUNDA PARTE
                  EL AGENTE MEXICANO

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                  Tardó mucho en despertar. Pensó vagamente, como suele ocurrir en el sueño, que estaba
                  muerto. Luego que dormía para siempre, lo que viene a ser lo mismo y sólo después que
                  estaba dormido vivo pero en estado vegetal; al fin que el largo tiempo que le tomaba
                  despertar no era nada comparado con el tiempo que estuvo dormido.
                  La mirada se le extravió a lo largo de dos túneles blancos. Debía mantenerla fija,
                  siguiendo más o menos el norte imaginario de la punta de la nariz, para vencer la
                  longitud de los túneles gemelos. El campo normal de visión le era vedado. Apenas
                  movía los ojos hacia la derecha o la izquierda, se topaba con muros negros. Pero si
                  miraba rectamente sólo veía un espacio blanco de ondulaciones inciertas.
                  No veía nada pero la nada que veía era algo pequeñísimo, distante, la visión bifocal a
                  corta vista que todo lo minimiza. Las voces también le llegaban de lejos y reducidas,
                  como a través de muros blandos, de algodón, blancos como la mirada. Cuando se estaba
                  acostumbrando a la conjunción de lo que lograba ver y escuchar, las voces neutras y el
                  espacio blanco, ambos se volvieron a desconectar y Félix Maldonado se quedó solo.
                  Volvió a hundirse en un sueño sin sueño, sin quererlo, sin contar borregos, repitiéndose
                  nada más la misteriosa información de que la lengua española no distingue entre el
                  hecho de dormir y el hecho de soñar, argumentando contra un enemigo sin rostro que
                  era Félix Maldonado: a cambio de esa aparente Pobreza, es la única lengua que
                  diferencia el verbo ser del verbo estar, eso es distinto, pero no el sueño, el sueño es
                  único, el sueño es todo, el sueño es idéntico a sí mismo.
                  Despertó más tarde, con sobresalto. Ahora no veía nada, nada, por más que intentara
                  perforar la oscuridad de los túneles. Hizo girar febrilmente los ojos en las órbitas secas.
                  Tuvo la horrible sensación de que los globos de la mirada raspaban el lecho de nervios,
                  tejidos y sangre en el que normalmente reposaban, deshebrándose como queso
                  parmesano sobre una lijadura de metal.
                  Estuvo a punto de hundirse otra vez en ese sueño pesado y sin escapatoria que le
                  acosaba desde siempre y para evitarlo se  preguntó o más bien le preguntó a Félix
                  Maldonado si era o estaba, si esto que acontecía ellos, los dos, lo actuaban o lo
                  padecían. Para evadirse del sueño, intentó cerciorarse de su integridad física. Estaba
                  inmóvil. Era inmóvil.
                  Trató sin éxito de levantar los brazos. Las articulaciones de todos los miembros le
                  pesaban como una montaña de plomo. Apeló a sus nervios y a sus músculos. Invocó
                  pacientemente un temblor en la punta de los dedos de la mano derecha, un espasmo
                  latente en la boca del estómago, una cosquilla en la planta de un pie, una contracción del
                  esfínter, una sensación de savia fluyente en los testículos. Estaba completo. Era único.
                  Estaba acostado.
                  Mucho tiempo después, se sintió con fuerzas para incorporarse. La tiniebla no cedía una
                  pulgada. Recorrió a tientas el espacio que le rodeaba. Las manos no le comunicaron
                  sensación alguna. Movió las piernas hasta saber que caían. Buscó con los pies un piso.
                  Cuando lo encontró, permaneció un rato sentado al filo de lo que imaginó ser una cama.
                  Se decidió a levantarse.
                  Los pies no tenían base real de sustento. Eran como dos ruedas de piedra. Sintió que
                  giraba, que caía, extendió los brazos pesados y fue a chocar, de pie pero tambaleante,
                  contra una superficie plana. Se detuvo como pudo, arañando ese espacio Uso y gruñó
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