Page 32 - La Cabeza de la Hidra
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—Dígale el nombre, dígaselo —gimió Ayub como un perro castigado.
                  El Director General suspiró con alivio:
                  —Al fin. Félix Maldonado.
                  Rió; cortó la risa en su punto más alto.
                  —Déjeme saborear las sílabas, como un buen coñac, mejor como un Margaux. Fé-lix-
                  Mal-do-na-do. Aaaaah. Sólo un nombre. ¿Cómo? El hombre detrás del nombre ya no
                  existe, Simón, rápido, recuerda la recomendación de la enfermera, No se sobresalte, mi
                  amigo. Mire que con esos movimientos bruscos se le zafa la aguja. Ensártasela de
                  vuelta, Simón.
                  Ayub se acercó con fruición al cuerpo yacente de Félix y Félix concentró todas sus
                  fuerzas para voltearle un golpe con la mano. Ayub lo recibió en pleno pecho, cayó, se
                  levantó tosiendo y se arrojó sobre Félix,  quien apretó los dientes| para soportar el dolor
                  de la jeringa zafada. El Director General alargó una pierna y Ayub, de un traspiés, fue a
                  dar contra el filo metálico de la cama de hospital.
                  Se levantó gimiendo, buscando el pañuelo de estampados Liberty que le asomaba por la
                  bolsa del pecho del saco.
                  La cabeza de la hidra
                  —No sé a cuál de los dos odio más —dijo secándose con el pañuelo perfumado la
                  sangre que le escurría de la boca.
                  —No tiene la menor importancia —dijo el Director General pero si te reconforta
                  saberlo, a nuestro amigo le dolió más que  a ti. En fin. Déjese colocar la jeringa,
                  licenciado. No queremos que se nos muera de inanición.
                  El siriolibanés se acercó con delectación a Félix. En la mano de Ayub, la aguja parecía
                  una más de las cimitarras que adornaban los anillos de topacio.
                  —Además, continuó el Director General, su calvario dista de haber concluido. Debe
                  usted recuperar fuerzas para resistir lo que le espera aún. Estábamos diciendo, ¿cómo?,
                  su presencia en la ceremonia complicó nuestros planes, pero al cabo todo salió bien.
                  Félix Maldonado, el presunto magnicida, intentó escapar anteayer en la noche del
                  Campo Militar Número Uno, donde fue encarcelado para mayor seguridad y en vista de
                  la naturaleza de su crimen. Como suele suceder en estos caso, se le aplicó la ley de fuga,
                  ¿sí?
                  El Director General se quitó los espejuelos morados y miró con los párpados
                  entrecerrados a su prisionero.
                  —Tres balazos bien puestos en la espalda y la vida oficial y privada de Félix
                  Maldonado concluyó. El entierro tuvo lugar ayer a las diez de la mañana, con la
                  discreción del caso. No se trata de sobreexcitar a la opinión pública, ¿cómo? Bastantes
                  teorías se elaboran sobre el frustrado intento de matar al Presidente,  Mire cómo son las
                  cosas. Existe un mito internacional según el cual un presidente mexicano nunca muere
                  en su cama. En realidad, Obregón es el último mandatario asesinado, y eso pasó en
                  1928. En cambio en un país tan civilizado, ¿sí?, como los Estados Unidos, los
                  presidentes caen como moscas y sus familiares y partidarios también. Mitos, mitos.
                  Ayub terminó de reintroducir la jeringa en la vena de Félix. El suero volvió a fluir.
                  —Detenle el brazo, Simón. Nuestro paciente es muy emotivo. ¿Qué estará pensando de
                  todo esto? Lástima que no nos lo pueda decir. Yo quiero tranquilizarlo y contarle que
                  los familiares y amigos del licenciado Félix Maldonado, en grupo reducido, asistieron a
                  la ceremonia en el Panteón Jardin. La esposa del difunto, la señora Ruth Maldonado, en
                  primer lugar. Muy digna en su dolor, ¿cómo? Y algunas mujeres interesantes, la señora
                  Mary Benjamín por ejemplo y la señorita Sara Klein, recién llegada de Israel, creo que
                  también concurrió a la cita con el polvo, ¿sí? Mi propio secretario, Mauricio Rossetti y
                  Angélica su esposa, que le perdonaron a Maldonado sus horribles groserías de la otra
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