Page 35 - La Cabeza de la Hidra
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—No te preocupes, ya verás —le dijo Licha mientras le curaba las heridas del rostro—,
en cuanto se te baje la hinchazón se verán mejor tus facciones, poquito a poquito te
acostumbrarás, acabarás por reconocerte...
Luego le cambió los algodones de los ojos y le dijo que esa misma tarde le quitaría las
grapas. Fue un buen trabajo, añadió, no trajeron a uno de esos carniceros, sino a un buen
cirujano, no hay que juzgar por los primeros días, después te acostumbras y hasta te
dices que así has sido siempre, hay cosas que no cambian, como la mirada por ejemplo.
Se quedó con la mano de Félix entre las suyas, sentada al lado de la cama.
—¿No te importa que te hable de tú, verdad?
Félix negó con la cabeza y Licha sonrió. La describió. Era lo que se llamaba una
chaparrita cuerpo de uva, pequeña pero bien formada, todo en su lugar, torneadita.
Intentaba atenuar la oscuridad de la piel con el pelo pintado de rubio ceniza, pero sólo
lograba el efecto contrario, se veía bien morenita. No había ido en algún tiempo al salón
de belleza y las raíces negras le invadían un buen tramo de la raya que separaba la mitad
de la cabellera. Era discreta en el maquillaje, como si en la escuela le hubieran advertido
que una enfermera pintarrajeada no inspira confianza.
Sonrió satisfecha de que Félix aceptara el tuteo. Pero en seguida se separó de él,
nerviosa, sin saber qué decir después de haber roto el turrón. Fue y vino sin propósito,
fingiendo que se ocupaba de pequeños detalles de la curación, en realidad buscando
palabras para reanudar la plática.
Finalmente, de espaldas a Félix le dijo que seguramente él se preguntaba qué había
pasado en realidad y podía andarse creyendo que ella estaba enterada. Pues no. No sabía
más de lo que le había contado a él Simón Ayub. Simón la contactó para este trabajo,
pidió licencia en el Hospital de Jesús donde trabajaba habitualmente y siguió al pie de la
letra las instrucciones de Ayub.
—Más vale que lo sepas cuanto antes —dijo volteándose a mirar a Félix como si se
impusiera una penitencia religiosa—, fui amante de Simón, pero de eso hace mucho
tiempo.
Se detuvo esperando una mirada o un comentario de Félix hasta darse cuenta de que ni
una ni otro iban a serle devueltos.
—Bueno, como un año —continuó—. Es muy tenorio y con esa cara de gente decente y
sus trajes elegantiosos engatuza fácil. Y como es guapito y chaparrito, le saca a una la
ternura. Sólo después se entera una de cómo es en realidad. Primero habla muy bonito
pero después que agarra confianza se vuelve muy lépero. De todos modos, no me quejo.
Fue como quien dice una experiencia y hasta le guardé cariño porque la verdad me dio
buenos momentos.
Hizo una mueca contradictoria, entre pedir perdón y decir que le importaba madre, con
un chasquido de la lengua contra el paladar. Parecía indicar que confesado lo anterior,
pasaba a hablar de cosas serias.
—Cuando me pidió que lo ayudara en este asunto, me pareció fácil. Subirme a un taxi y
luego atender a un operado de cirugía facial. Simón nunca me explicó nada y sé lo
mismo que tú. Me pareció una manera fácil de ganar bastante lana en poco tiempo. En
el Hospital donde trabajo no pagan muy bien que digamos. Pero es seguro y tengo mi
póliza y luego va una acumulando horas extras y antigüedad. No está mal, aunque sea
un hospital de beneficencia pública y se vea allí mucha pobreza, mucha gente bien
amolada que nomás va a morirse allí porque para curarse no tienen tiempo ni lana. Por
lo menos para morirse todos tienen tiempo, qué va. Esta clínica es otra cosa. Hay muy

