Page 37 - La Cabeza de la Hidra
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Dirás que no soy muy valiente de aprovecharme, pero prefiero que me oigas y no me
                  digas nada ahorita. Luego si me dices que sí qué bueno y si no me dices nada te
                  entiendo.
                  Volvió a esconder la cara contra el pecho de Félix y le acarició lentamente una tetilla.
                  —¿Te gustó? ¿A poco no estuvo bonito?
                  Félix tocó la cabeza teñida de Licha.
                  —¿Sí? —dijo la muchacha—, ¿me oyes? Mira, pensé que ahora que eres otro, como
                  dijo Simón... y no tienes a nadie ni eres nada... pensé que puedes quererme tantito... y
                  vivir conmigo aunque sea un rato, mientras te compones... y si te gusta, puede que...
                  Levantó la cara y miró a Félix con miedo y deseo.
                  —Soy rete ofrecida, ¿verdad? Pero palabra que me puedes, nunca he conocido a nadie
                  como tú, quién te manda, ¿por qué me tomaste de esa manera?, ¿quién te enseñó así?
                  Félix movió la lengua pastosa y seca, retraída lejos de los labios heridos.
                  —Ah...ah...uda...me...
                  —¿Qué quieres? —dijo con ansias Licha, pegando la nariz al cuello de Félix—, lo que
                  tú quieras, amorcito.
                  Con un gesto de desesperación, Félix la alejó tomándola de los hombros y agitándola,
                  ya sabes, le dijo con la lengua trabada, un periódico. Licha se levantó, sin enojo, casi
                  contenta de que Félix la tratara así, con familiaridad violenta, se arregló con las manos
                  el pelo y le dijo que había órdenes estrictas de que no entrara ni saliera nada del cuarto
                  de Félix, estaba aislado por ser un caso muy particular.
                  Mira, le dijo Licha sonando el timbre junto a la cama del enfermo, está desconectado,
                  mira, dijo apartando con una violencia similar a la de Félix las cortinas y abriendo las
                  ventanas, este cuarto está en el tercer piso y es el único con barrotes, es el que reservan
                  para casos particulares, loquitos, perdón, enfermos mentales.
                  Sacó un chicle de la bolsa del uniforme  y se quedó pensativa. Ya estuvo, dijo de
                  repente, a las seis pasan las afanadoras a limpiar los cuartos, van dejando en el pasillo
                  las cubetas de basura, seguro que echan allí los periódicos viejos.
                  Hizo tiempo recostada otra vez contra Félix, repitiendo qué bonito, ¿quién te enseñó?,
                  sin manos ni nada, sin tocar, nomás mirando, palabra que nunca antes un hombre se
                  vino nomás de verme desnuda, nunca, ¿quién te enseñó?, se siente rete bonito, palabra
                  que se siente una rete halagada.
                  —Eres muy linda y muy tierna —dijo Félix pronunciando claramente las sílabas y
                  Licha se le arrojó llorando al cuello, se enroscó como culebra y le besó la nuca muchas
                  veces.
                  Regresó como a las seis y media con un ejemplar arrugado rnanchado de huevo de las
                  'Últimas Noticias  del mediodía. Felix miró con  desesperación  y desaliento los
                  encabezados principales. No había una sola referencia a lo que buscaba. Ni una palabra
                  sobre un atentado al Presidente de la República o sus secuelas, ni un comentario
                  editorial, nada, mucho menos, sobre la suerte del presunto magnicida Félix Maldonado,
                  nada, nada.
                  Tragó espeso y con un gesto desolado dobló el periódico. Recordó la conversación en
                  Sanborns con Bernstein. Los hechos políticos reales nunca aparecen en la prensa
                  mexicana. Pero esto era demasiado, absolutamente increíble. No se podía controlar la
                  prensa al grado de impedir que se supiera la noticia de un atentado contra el Jefe del
                  Estado en el Salón del Perdón del Palacio Nacional de México, durante una ceremonia
                  oficial y enfrente de varias decenas de testigos, fotógrafos y cámaras de televisión.
                  La cabeza le dio vueltas. No podía dar crédito a sus ojos ardientes, no estaba ciego, no
                  deliraba, checó varias veces la fecha del periódico, la ceremonia en Palacio fue un 10 de
                  agosto, el periódico estaba fechado el 12 de agosto, no cabía duda, pero no había ni la
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