Page 36 - La Cabeza de la Hidra
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pocos cuartos, todos individuales con tele y todo. Hay mucha seguridad. Nadie puede
entrar sin un pase especial y hasta hay guardias abajo. Ha de costar un ojo de la cara.
Perdón. No debí decir eso. ¿Te sientes bien?
Félix volvió a afirmar con la cabeza, impotente, con las preguntas en la punta de la
lengua inmóvil.
—Qué bueno. No te preocupes, yo te curo bien y no me separo de ti ni un momento. La
verdad, no me dejan salir. Me contrataron para que me quedara a dormir aquí mientras
tú estés malo.
Ahora Licha se ocupó de sus trabajos con alegría, como si el tuteo se hubiera justificado
por la confesión que hizo de sus amores con Simón Ayub y luego por la seriedad directa
con que le explicó a Félix su situación profesional.
—No sabía que no estabas de acuerdo con todo este relajo, te lo juro —dijo sin darle la
cara mientras se ocupaba de poner en orden vendas, algodones y botellas de alcohol
sobre una repisa—. Supuse que tú mismo habías pedido la cirugía facial, aunque me
pregunté por qué. Con lo mono que eres.
Le ha de haber parecido cobarde decir esto sin darle la cara. Dejó sus quehaceres y lo
miró.
—Palabra que me gustaste desde que te vi por primera vez en el taxi. Palabra que me
pudo tu manera de ser, tu tipo, toditito.
Félix aprovechó que la enfermera lo miraba para hacer una mímica con las manos.
Extendió los brazos y Licha lo entendió como una invitación. Se fue acercando poco a
poco con una mezcla de timidez y coquetería, pero Félix movía las manos como quien
hojea un periódico. Licha se detuvo desconcertada. Félix insistió en la mímica de lector
inquieto, pasando rápidamente las hojas invisibles, escudriñando columnas y señalando,
a todo lo ancho, los ilusorios encabezados.
—¿Qué te pasa? ¿Qué quieres? ¿No oíste lo que dije? —dijo Licha con otra de sus
actitudes mezcladas, esta vez de curiosidad y resentimiento—, ¿no me pelas o qué?,
oye, ¿me estás haciendo el feo o qué?, ah, ¿quieres que te lea?, ¿quieres leer algo?, no,
te haría daño, ¿quieres que te lea algo?, ¿una revista?
Licha rió y los pómulos morenos se le encendieron con un color alto y perdido de
campesina india, color de manzana y madrugada fría en la sierra.
Fue hasta la ventana para cerciorarse de que estaba bien cerrada, corrió aún más,
inútilmente, las cortinas cerradas y fue a sentarse al lado de Félix Maldonado. Lo tomó
de las caderas.
—Has de querer averiguar algo que no viene en los periódicos. No te preocupes de tu
cara. Te digo que vas a quedar bien. Yo te voy a cuidar mucho, mucho. ¿No quieres
averiguar mejor si todavía eres macho?
17
En la tarde, Licha le quitó las grapas y las puntadas a Félix. Alternó su actividad
profesional con caricias, ternuras súbitas, acurrucándose contra el pecho de Félix,
temerosa de herirle, buscando las partes intocadas de su cuerpo, todo menos la cabeza,
preguntándole, ¿a poco no fue bonito?, ¿a poco no estuvo padre?
La enfermera dormitó un rato, recostada contra el pecho de Félix. Luego levantó la
cabeza y lo miró con ojos de ternera amarrada, suplicando extrañamente un amor que la
liberara, eso vio Félix en la mirada de la chaparrita cuerpo de uva, ámame o voy a ser
siempre una esclava.
—Al rato vas a poder hablar —le dijo—. Ya no te repetí la inyección de novocaína. ¿No
sientes que mueves mejor la lengua? Mira, antes de que puedas hablar óyeme tantito.

