Page 70 - La Cabeza de la Hidra
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Félix arrancó. Entró media hora después a Galveston y manejó directamente a las
oficinas del puerto. Preguntó por la fecha y hora de llegada del S. S. Emmita,
procedente de Coatzacoalcos con bandera panameña.
El empleado con camisa de mangas cortas le dijo en primer lugar que cerrara la puerta o
no servía de nada el aire acondicionado; y en segundo que el Emmita no iba a llegar de
ningún lado por la simple razón de que estaba en reparaciones en el dique seco. Que
hablara con el capitán Harding, estaba supervisando los trabajos.
No hay sol más insolente que el que pugna por calentarnos a través de un velo de nubes
y los termómetros andaban por los 98 grados Farenheit cuando Félix ubicó al viejo de
pecho desnudo junto al casco inválido del S. S. Emmita, Panamá. Un gorro deshebrado
con visera de charol viejo lo protegía de la resolana. Le preguntó si era Harding y el
capitán dijo que sí.
—¿Habla español?
—Llevo treinta años en los puertos del Golfo y el Caribe —volvió a afirmar el viejo.
—¿Nunca se ha enfermado?
—Estoy muy viejo para la gonorrea y demasiado curtido para todo lo demás —dijo
Harding con buen humor.
—Anoche vi zarpar al Emmita de Coatzcacoalcos, capitán.
—El sol está muy fuerte —dijo compasivamente Harding.
—Le estoy diciendo la verdad.
—Dammit, mi tanquero no es el Holandés fantasma. Mirelo: no tiene alas.
—Pero yo sí. Volé hoy mismo desde Coatzacoalcos. Su tanquero zarpó a la medianoche
y debe llegar a Galveston mañana a las cuatro de la tarde.
—¿Quién le contó ese cuento de hadas?
—Las autoridades del puerto y un marinero pecoso que me prometió sacarme la mierda
aquí.
—Usted está mal, señor, quítese del sol, venga conmigo y tómese una cerveza.
—¿Cuándo estará reparado el buque?
—Pasado mañana zarpamos.
—¿A Coatzacoalcos?
El viejo volvió a afirmar, rascándose el colchón de canas del pecho.
—Dijeron que usted no iba en el barco porque estaba enfermo.
—¿Los bastardos dijeron...?
—Si lo que le digo es cierto, ¿puedo contar con su ayuda?
Los ojos del viejo parpadearon como pequeñas estrellas perdidas en un cielo de arrugas:
—Si alguien anda caboteando por el Golfo con el nombre de mi barco, soy yo el que le
va a sacar la mierda a toda esa tripulación de piratas, espérese y verá. Pero pueden haber
engañado a las autoridades mexicanas y quizá vayan a otro puerto.
—Ese marinero pecoso no mentía. Dijo Galveston clarito. Creyó que yo era un
borrachín con un machete.
Félix aceptó la hospitalidad del capitán Harding y se quedó dormido el resto de la tarde
en el sofá de la casita de planchas de madera grises frente a la costa aceitosa y sin olas.
Harding lo dejó y regresó a las diez de la noche. Había apresurado los trabajos de
reparación y traía cervezas, sandwiches y la lista de todos los buquetanques que debían
entrar mañana al puerto de Galveston. La leyeron juntos pero los nombres no les dijeron
nada. Harding dijo que todos eran nombres de buques registrados y conocidos, pero si
estos cochinos bucaneros andaban cambiando de nombre en cada puerto, era imposible
saber.
—¿Tienes alguna manera de reconocerlo si lo ves, chico?
Félix negó con la cabeza.

