Page 74 - La Cabeza de la Hidra
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No le costó explicarse el movimiento de entradas y salídas en la recámara de los
Rossetti. Dejó abierta su propia puerta cuando regresó de Galveston y me llamó por
teléfono a México para comunicarme las citas de The Tempest. Antes de colgar añadió
con una mezcla de desafío y humor muy propios de mi amigo Félix Maldonado:
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—Your sister's drown'd, Laertes.
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—Too much of water bast thou, poor Ophelia —le contesté porque no me iba a dejar
apantallar por la cita, pero también porque era mi manera de darle a entender que igual
que él mis emociones personales se mezclaban con mis obligaciones profesionales pero
tanto Félix como yo debíamos mantenerlas separadas—. And therefore I forbid my
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tears
32. Tu hermana está ahogada, Laertes. Hamlet, iv, 7, 165.
33. Tienes demasiada agua, pobre Ofelia. Hamlet, iv, 7, 186.
34. Y en consecuencia prohibo mis lágrimas. Hamlet, iv, 7, 187.
Apartó la bocina de la oreja y la acercó a la puerta abierta para que yo escuchase el
movimiento de doctores, enfermeras, aparatos de reanimación y los olores de alcohol e
inyecciones me llegasen por teléfono de Houston a México. Fui yo quien colgué.
Félix durmió tranquilamente; tenía indicios suficientes de que en esa relación Angélica
llevaba la voz cantante y Rossetti no daría un paso hasta que la mujer se aliviara. Un
ahogado muere en seguida o se salva en seguida; la muerte por agua no admite
crepúsculos, es una noche negra e inmediata o un día luminoso como este que Félix
descubrió al correr las cortinas. Un viento del norte barrió las nubes pesadas hacia el
mar y limpió el perfil urbano de Houston. Yo tuve que soñar pesadamente con mi
hermana Angélica flotando muerta en un río, como una sirena silvestre cubierta de
guirnaldas fantásticas.
A las tres de la tarde, los Rossetti salieron de su habitación. Angélica se apoyó
firmemente en el brazo de su marido y los dos abordaron el Cadillac listo a la entrada
del Warwick. Félix volvió a seguirlos en el Pinto. La limousine se detuvo frente a un
edificio disparado hacia el cielo como una saeta de cobre cristalino. La pareja
descendió. Félix estacionó en plena avenida para no perderlos de vista y entró al edificio
cuando los Rossetti tomaban el elevador.
Tomó nota de las paradas en el tablero y luego consultó e1 directorio del edificio para
cotejar los pisos en los que el ascensor se detuvo con los nombres de las oficinas en
cada uno de ellos. La tarea le fue facilitada porque los Rossetti tomaron el directo a los
pisos superiores al 15. Pero de falta de variedad no pudo quejarse: financieras,
compañías de importación y exportación, firmas de arquitectos, bufetes de abogados,
aseguradoras, empresas navieras y portuarias, empresas de tecnología petrolera,
relaciones públicas.
Calculó que la importancia de la misión del matrimonio Rossetti los conduciría al
último piso, el treintavo, reservado para penthouses ejecutivos. Pero esa era la
deducción más fácil y seguramente la pareja la había previsto. Félix leyó los nombres de
las oficinas del penúltimo piso. Otra vez los apellidos de abogados unidos en listas
kilométricas por las cadenas de culebrillas jerárquicas & & &, Berkeley Building Asso-
ciates, Conally Interests, Wonderland Enterprises Inc.
—¿Hay una escalera que comunique al piso 30 con el 29? —le preguntó al conserje
chicano.
—Naturalmente. Hay una escalera interior para todo el building. Con pintura repelente
de fuego y todo. Este es un lugar muy seguro con todos los adelantos. Se inauguró hace

