Page 79 - La Cabeza de la Hidra
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—¿Ah, sí? —arqueó las cejas Trevor—. ¿Se puede saber por qué?
                  —Primero, porque fui testigo de que su mujer lo humilló.
                  —Yo también.
                  —Usted no es latino. Esto es asunto de clan,
                  —¿Y segundo?
                  —Porque soy el único que puede delatarlo. Los demás, usted, Bernstein, el Director,
                  Angélica, tienen razones para guardar secretos.
                  —¿Está seguro? No importa. Debemos agradecerle a nuestros amigos su edificante
                  escena conyugal.
                  —¿Usted es soltero? —sonrió Félix.
                  —¿No ve mi buena salud? —le devolvió la sonrisa Trevor.
                  —Es marica —escupió Angélica.
                  —La política no tiene sexo, señora, y por creer lo contrario ustedes se enredan en
                  pasiones inútiles. Al grano, Maldonado. Si me miente, pierde su tiempo. Ese anillo les
                  será inútil a ustedes. En primer lugar, porque se requiere algo más que tecnología
                  napolitana o azteca para emplearlo. Por más vueltas que le den, el anillo no les dirá
                  nada. Y si lo desmontan, destruirán automáticamente la información que contiene. Y en
                  seguida, porque esa información ustedes ya la poseen.
                  —Entonces no importa que se destruya —dijo Félix preguntándose por qué Trevor le
                  daba todos estos datos.
                  —¿No les interesa saber qué nos interesa saber de ustedes? —le proporcionó la
                  respuesta el inglés—. No sea tan elemental, mi querido Maldonado.
                  —El anillo será recibido por Mann —dijo Félix agarrándose al descuido verbal de
                  Angélica.
                  —¡Cáspita! —exclamó Trevor con otra de  sus expresiones de comedia de Arniches.
                  ¿Por quién?
                  —Por Mann, el cómplice de Bernstein —repitió Félix.
                  Trevor rió forzadamente:
                  —Man quiere decir hombre. Pero usted sabe inglés.
                  —No te dejes engañar, Félix, Bernstein nos dijo que le lleváramos el anillo a Mann a
                  Nueva York —gritó Angélica totalmente extraviada en sus alianzas, dividida en sus
                  actitudes nerviosas entre la amenaza y la alarma, la compasión y el desprecio hacia su
                  marido, el chantaje mal orientado hacia Trevor y la creencia confusa de que Félix la
                  había vengado de la cachetada de Trevor golpeando a Rossetti. Félix conjuró la idea de
                  Angélica encerrada en un manicomio; les daría miedo admitirla.
                  —Está bien —dijo Trevor moviéndose rígidamente de lado, como un alfil de ajedrez,
                  antes de que Angélica recuperase el habla—. La señora quiere ser pagada y marcharse,
                  ¿eso es?
                  —¡Eso es! —gritó Angélica.
                  Todos se miraron en silencio. Trevor apretó un botón y Dolly apareció.
                  —Dolly, the lady is leaving. I hope her  husband will follow her. They are very
                           48
                  tiresome.

                  48. Dolly, la señora se marcha. Espero que su marido la siga. Son muy fatigosos.

                  —Se los regalo —dijo Angélica señalando hacia el bulto quejumbroso de Rossetti. El
                  dinero me lo llevo yo.
                  —Pero no me cumplieron, Angélica —dijo con acento contrito Trevor—. No tengo el
                  anillo.
                  —¿Y los peligros que corrimos? Por poco muero ahogada. Nos prometiste el dinero
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