Page 78 - La Cabeza de la Hidra
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jefe del Departamento de Análisis de Precios:
                  —No sé, sólo sé que Bernstein dispuso  todo en Coatzacoalcos para que Angélica
                  pudiera viajar con él a los Estados Unidos.
                  —Y en vez de entregárselo al cómplice de Bernstein, lo traicionaste para traérselo a
                  Trevor —dijo Félix.
                  —En efecto —intervino Trevor antes de que los Rossetti pudiesen hablar de nuevo—,
                  mis amigos los Rossetti, ¿cómo le diré?, desviaron el curso de las cosas para traerme el
                  anillo. Alas, usted se nos interpuso. De todos modos, el destinatario de Bernstein debe
                  estarse mordiendo las uñas en otra parte de este vasto continente, esperando la llegada
                  de la señora Angélica en otro tanquero fantasma que convendremos en llamar, para no
                  salirnos de las alusiones aceptadas, The Red Queen. ¿Sabe usted? La que pedía la
                  cabeza del valet de corazones por robarse la tarta de fresas. Le voy a rogar que nos
                  conduzca al anillo perdido, señor Maldonado.
                  —Le repito que no lo tengo.
                  —Ya lo sé. ¿Dónde está?
                  —Viaja, lento pero seguro como la tortuga burlona de Alicia.
                  —¿A dónde, Maldonado? —dijo Trevor con fierro en vez de dientes.
                  —Paradójicamente, rumbo al mismo destinatario que la esperaba por instrucciones de
                  Bernstein —dijo Félix sin parpadear.
                  —Te dije, Trevor —dijo con histeria gutural Angélica—, Félix es judío converso, por
                  algo soy íntima de Ruth, tenía que acabar alineado con los judíos, es viejo alumno de
                  Bernstein, conoce a Mann, le ha mandado el anillo, ya sabe que Bernstein no mató a
                  Sara...
                  Trevor fingió que se resignaba al parloteo de Angélica. Rossetti calmó a su mujer como
                  pudo.
                  —No hables más de lo necesario. Por favor sé más prudente, amor. Tenemos que
                  regresar a México...
                  —Con lo de Bernstein y lo de Trevor tenemos para irnos a vivir fuera de ese país de
                  pulgas amaestradas —dijo la incontrolable Angélica.
                  —Te prometí que nos iríamos a donde quisieras, amor —dijo con voz cada vez más
                  compasiva Rossetti, aunque más de la mitad de esa compasión la reservaba para sí.
                  —¡Estoy harta de verte ascender un peldañito burocrático cada seis años! ¿Dónde
                  estarás dentro de doce? ¿Director de cuentas, comisario de un fideicomiso lechero, que?
                  —Angélica, debemos dejar pasar unos meses...
                  —¿No te has cansado de vivir de mi dinero, padrote?
                  —Te digo que unos meses, para que todo vuelva a la normalidad, es por prudencia,
                  Angélica, dinero no nos va a faltar más...
                  —¿Y quién me va a pagar la cachetada de Trevor, güevón? —aulló Angélica
                  arrancándose los anteojos negros para revelar los ojos inflamados de venas rojas.
                  —Yo, con tal de que te calles —dijo Félix  y clavó un derechazo en el vientre de
                  Rossetti en el momento en que el secretario privado sacó la navaja de bolsillo y apretó
                  el botón para que saltara el acero afilado.
                  La mirada de enajenado de Rossetti contenía todas las amenazas imaginables cuando
                  cayó doblado sobre el sofá, mugiendo. Félix recogió la navaja y volvió a acomodarla
                  entre la lima para las uñas y un sacacorchos diminuto.
                  —Perfecto —sonrió Trevor—. Tecnología napolitana, uñas limpias para la bella figura
                  y método seguro parar abrir botellitas en los aviones sin temor a morir envenenado.
                  Nuestro amigo Rossetti se pinta solo. ¿Qué cree usted, Maldonado? ¿Iba a degollar a
                  Angélica o me iba a exigir que le entregara el dinero prometido?
                  —Me iba a clavar como a una mariposa —dijo fríamente Félix.
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