Page 76 - La Cabeza de la Hidra
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puerta —dijo un hombre con cabeza demasiado grande para su mediana estatura, una
                  cabeza leonina de pelo entrecano que caía con un mechón sobre la frente alta y se
                  detenía en la frontera de las cejas altas, finas, arqueadas y juguetonas que daban un aire
                  de ironía a los ojos helados, grises, brillantes detrás de los párpados más gruesos que
                  Félix había visto jamás fuera de una jaula de hipopótamos. Pero el cuerpo era
                  llamativamente esbelto para un hombre de cerca de sesenta años y el traje azul cruzado
                  de raya blanca era caro y elegante.
                  —Perdone a Dolly —añadió cortésmente—. Es tonta pero cariñosa.
                  —Todo el mundo parece estarme esperando —dijo Félix mirando a Rossetti, vestido de
                  blanco y sentado sobre el brazo del sillón de cuero claro ocupado por Angélica,
                  disfrazada por anteojos negros y con el pelo oculto por una mascada.
                  —¿Cómo pudo...? —dijo alarmada Angélica con la voz ronca de tanto tragar agua con
                  cloro.
                  —Hemos sido muy cuidadosos, Trevor —dijo en son de disculpa Rossetti.
                  —Ahora ya sabe usted mi nombre, gracias a la discreción de nuestro amigo —dijo con
                  afabilidad cortante el hombre de labios delgados y nariz curva de senador romano. Eso
                  parecía, se dijo Félix, un Agrippa Septimio & Severo vestido accidentanmente por Hart,
                  Schaffner & Marx.
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                  —I thought you were the Mad Hatter  —dijo Félix en inglés porque el hombre llamado
                  Trevor hablaba un castellano demasiado perfecto y con acento difícil de ubicar, neutro
                  como el de un oligarca colombiano.
                  Trevor rió.
                  —That would make him the Dormouse and bis spouse a slightly drowned Alice.
                  Drowned in a cup of tea, of course. And you, my friend, would have to take on the role
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                  of the fiarch Hare  —dijo con acento universitario británico.
                  Sustituyó la risa por una mueca tiesa y desagradable que le transformó el rostro en
                  máscara de tragedia.
                  —A las liebres como esas se las atrapa fácilmente —prosiguió en español—. Las pobres
                  están condenadas entre dos fechas fatales, los idus de marzo y el primero de abril, que
                  es el día de los tontos y engañados.
                  —Con tal de que no salgamos del país de las maravillas, las fechas me valen sombrilla
                  —dijo Félix.
                  Trevor volvió a reír, metiendo las manos en las bolsas del saco cruzado.
                  —Me encantan esas locuciones mexicanas. En efecto, una sombrilla vale muy poco en
                  un país tropical, a menos que se tema una insolación. En cambio, en países de lluvia
                  constante. ..
                  —Usted sabrá; los ingleses hasta firman la paz con un paraguas —dijo Félix.
                  —Y luego ganan la guerra y salvan a la civilización —dijo Trevor con los ojos perdidos
                  detrás de los párpados abultados—. Pero no mezclemos nuestras metáforas. Welcome to
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                  Wonderland.  Lo felicito. ¿Dónde estudió usted?
                  —En Disneylandia.
                  —Muy bien, me gusta su sentido del humor, se parece al nuestro. Por eso escogimos
                  claves tan parecidas, seguramente. Nosotros Lewis Carroll y ustedes William
                  Shakespeare. En cambio, miró con desdén a los Rossetti, imagínese a este par tratando
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                  de comunicarse a través de D'Annunzio. Out of the question.
                  —Tenemos al Dante —dijo frágilmente Rossetti.
                  —Cállate la boca —dijo Trevor con una amenaza acentuada por la inmovilidad de las
                  manos metidas en las bolsas del saco—. Tú y tu mujer no han hecho más que cometer
                  errores. Lo han exagerado todo, como si  estuvieran extraviados en una ópera de
                  Donizetti. No han entendido que la única manera de proceder secretamente es proceder
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