Page 77 - La Cabeza de la Hidra
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abiertamente.
44. Creí que usted era el Sombrerero Loco.
45. En este caso éste sería el Ratón Dormido y su esposa una Alicia ligeramente
ahogada. En una taza de té, naturalmente. Y usted, mi amigo, tendría que desempeñar el
papel de la Liebre de Marzo.
46. Bienvenido al País de las Maravillas.
47. Imposible.
Miró con particular desprecio a Angélica.
—Disfrazarte de Sara Klein para que luego no pudiera trazarse tu salida de México y se
quebraran la cabeza buscando a una muerta. Bah, pamplinas —dijo Trevor
curiosamentete, como si hubiera aprendido el español viendo comedias madrileñas.
—Maldonado estaba en Coatzacoalcos, a punto de obtener el anillo, es un sujeto
emotivo, lo hubieras visto en mi casa la otra noche, Trevor, cómo trató a Bernstein,
estaba loco por Sara, sólo quise perturbarlo emocionalmente —dijo Angélica con una
energía estridente, artificial.
Trevor sacó la mano de la bolsa y cruzó con una bofetada seca y precisa el rostro de
Angélica; la mujer permaneció con la boca abierta como si se fuese a ahogar de nuevo y
Rossetti se incorporó con la actitud indignada del caballero latino.
—Imbéciles —dijo Trevor entre sus dos labios igualmente tiesos—, debí escoger
traidores más capaces. La culpa es mía. La señora se deja arrebatar el anillo mientras
imita a Esther Williams. El señor no se atreve a pegarme porque piensa cobrar por
partida triple y eso vale más que el honor.
Rosseti se sentó de nuevo junto a Angélica, pálido y tembloroso; intentó abrazar a su
esposa; ella lo rechazó con un movimiento irritado. Trevor miró a Félix como si se
dispusiese a invitarlo a una partida de cricket.
—Mi amigo, ese anillo no tiene valor alguno para usted. Le doy mi palabra de honor.
—Creo tanto en la palabra de un caballero inglés como en la de un caballero latino —
comentó Félix con la contrapartida mexicana de la flema inglesa: la fatalidad india.
—Evitaremos muchas escenas desagradables si me lo de vuelve cuanto antes.
—No se imaginará que lo traigo conmigo.
—No; pero sabe dónde está. Confío en su inteligencia, procure devolvérmelo.
—¿Cuánto valdrá mi vida si lo hago?
—Pregúntele a la parejita. Ellos saben que yo pago mejor que los otros.
—Las apuestas pueden ascender —logró decir con sarcasmo lastimado Rossetti.
Trevor lo miró con desdén asombrado.
—¿Crees que puedes cobrar cuatro veces? ¡Avorazado!
Félix se volteó con curiosidad hacia el secretario privado del Director General.
—Seguro, Rossetti. Cóbrale al Director General porque le hiciste creer que lo servías a
él para informarle sobre las actividades de Bernstein, cóbrale a Bernstein porque le
hiciste creer que eras su cómplice revelándole los planes del Director General, cóbrale a
Trevor porque lo sirves a él contra tus otros dos patrones. Y si quieres, yo te pago más
que los tres juntos para que abras el pico. ¿O esperas regresar a México, delatarnos a
todos y salirte con la lana y el honor intactos?
—Cabrón, para qué te cruzaste en nuestro camino —dijo Angélica sin interrogaciones.
—¿Qué valor tiene el famoso anillo? —preguntó Félix con el mismo tono neutro de la
mujer de Rossetti.
Fue el funcionario quien le contestó, nuevamente tranquilo y con el ánimo de
congraciarse con Félix, como si descubriese un poder hasta entonces oculto en el oscuro

