Page 82 - La Cabeza de la Hidra
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piel sin sudor de los saurios.
                  —Vamos, no tema. Acepte el juego que le propongo. Llamémoslo, en honor de la santa
                  patrona de su país, la Operación Guadalupe. Bonito nombre árabe, Guadalupe. Quiere
                  decir río de lobos.
                  No le costó a Trevor, sin proponérselo, adquirir una fisonomía vulpina.
                  —Pero no vamos a hablar de filología, sino de guiones probables. Y acaso brutales.
                  Mezcle los elementos a su antojo, mi querido Maldonado. El pretexto perfectamente
                  calculado de la guerra del Yom Kippur y sus efectos igualmente calculados: el alza
                  acelerada de los precios de petróleo; Europa y Japón puestos de rodillas y de una vez
                  por todas sin pretensiones de independencia; la obtención de créditos del Congreso para
                  el oleoducto de Alaska gracias al pánico petrolero y la multiplicación por millones de
                  las ganancias de las Cinco Hermanas. Admírese: sólo en 1974, los beneficios de la
                  Exxon aumentaron en un 23,6 % contra 1,76 % en los diez años anteriores; y los de la
                  Standard Oil en un 30,92 % contra 0,55 % en la década anterior.
                  Dejó de palmear la mano de Félix y caminó de vuelta hacia la ventana.
                  —Mire afuera y vea dónde están los petrodólares. Jugamos a Israel contra los árabes y a
                  los árabes contra Israel. Houston es la  capital árabe de los Estados Unidos y Nueva
                  York la capital judía; los petrodólares entran por aquí y salen por allá. ¿Sabe alguien
                  para quién trabaja? Pero no nos salgamos del juego. Todos los guiones son posibles.
                  Incluso —o sobre todo—una nueva guerra. De acuerdo con las circunstancias, podemos
                  cerrar la válvula de Nueva York y asfixiar a Israel o cerrar la válvula de Houston y
                  congelar los fondos árabes. Sígame en nuestro juego, por favor. Imagine a Israel aislado
                  y lanzándose a una guerra de desesperación. Imagine a los árabes dejando de vender
                  petróleo a Occidente. Escoja usted su guión, Maldonado; ¿quiénes intervendrían
                  primero, los soviéticos o los americanos?
                  —Habla de la confrontación como si fuera algo saludable
                  —Lo es. La coexistencia actual nació de la confrontación en Cuba. Las situaciones al
                  borde de la guerra son el shock necesario para prolongar la paz armada quince o veinte
                  años más. El tiempo de una generación. El verdadero peligro es la podredumbre de la
                  paz por ausencia de crisis periódicas que la revitalicen. Entramos entonces al reino del
                  azar, la modorra y el accidente. Una crisis bien preparada es manejable, como lo
                  demostró Kissinger a partir de la guerra de octubre. En cambio, el accidente por simple
                  presión material de armas acumuladas que se van volviendo obsoletas es algo
                  incontrolable.
                  —Es usted un humanista pervertido, Trevor. Y sus guiones ilusorios son sólo los que se
                  fabrican diariamente en las redacciones de los periódicos.
                  —Pero también en los consejos de las potencias nucleares. Lo importante es tomar en
                  cuenta todas las eventualidades. Ninguna  debe ser excluida. Incluyendo, mi querido
                  amigo, la presencia cercana del petróleo mexicano. En más de un guión, aparece como
                  la única solución a mano.
                  —¿Sin consultar a México?
                  —Hay colaboracionistas en su país, igual que en Checoslovaquia. Algunos están ya en
                  el poder. No sería difícil instalar a una junta de Quislings en el Palacio Nacional de Mé-
                  xico, sobre todo en situación de emergencia internacional y en un país sin procesos
                  políticos abiertos. Las cábalas políticas mexicanas son como las amebas: se fusionan,
                  desprenden, subdividen y vuelven a fusionar en la oscuridad palaciega, sin que el
                  pueblo se percate.
                  —A veces los mexicanos despertamos.
                  —Pancho Villa no hubiera resistido una lluvia de napalm.
                  —Pero Juárez sí, igual que Ho Chi Minh.
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