Page 89 - La Cabeza de la Hidra
P. 89
—¿Mande? —dijo Rosita.
Félix sacudió la cabeza.
—¿Han vigilado a Bernstein?
—Está de vuelta en su casa. Su gata tiene órdenes de decir que está muy ocupado
preparando sus cursos de septiembre y no recibe a nadie. Nosotros averiguamos que sale
a Israel mañana por la mañana. Boleto de ida y vuelta económico, de veintiún días.
—¿La policía de Coatzacoalcos interrogó al cambujo sobre su relación con Bernstein?
—El jefe dijo que era inútil. Seguro que el profe le pagó muy bien su silencio. Además,
«el machetes» sabe que está bien protegido y estando la justicia mexicana como está, no
tardará en salir del tanque.
—Pero el anillo está en posesión de Bernstein, eso es lo único seguro —dijo Félix
recapitulando.
—No lo traerá puesto —rió Rosita.
Félix recordó al hombre que se hacía llamar Trevor y Mann y quién sabe cuántos aliases
más. La única manera de proceder secretamente es proceder abiertamente.
—El jefe tiene gente vigilándolo día y noche —dijo Emiliano.
—¿Desde cuándo? —inquirió escépticamente Félix.
—Desde que salió a Coatzacoalcos. —¿Entonces el jefe está al tanto de todo, mi paso
por el Tropicana, mi pleito con el cambujo en el muelle, la relación entre «el machetes»
y Bernstein?
—No te claves puñales, mano —dijo Emiliano al mirar la cara de Félix—. La onda está
muy movida y la cosa es de cooperacha. El profe no ha dado un paso sin que lo
sepamos, no ha enviado cartas ni paquetes ni ha estado en comunicación con nadie.
Hasta dejó de pagar la cuenta de teléfono hace dos meses para que le cortaran la línea.
—Tuvimos que ir hasta su casa y hablar con su gatuperia diciendo que éramos
estudiantes —añadió Rosita.
—De plano quiere dar a entender que vive como ermitaño y no tiene nada que ver con
nada. Ha de tener susto.
El mozo interrumpió a Emiliano para colocarle un plato de lasagna debajo de las narices
y otro de spaghetti boloñesa a Rosita bajo las suyas.
—Hasta fue a dar gracias a la Villa por su curación —rió Rosita—, y eso que es Judas.
—¿A la Villa?
Félix detuvo con una mirada amenazante al mozo de La Góndola que le pedía la orden.
Igual había mirado a Bernstein cuando le arrancó las gafas en casa de los Rossetti. El
mozo se alejó con cara de pocos amigos y se fue a cuchichear con la cajera.
—Sí, al llegar de Coatzacoalcos se fue directo del aeropuerto —dijo Emiliano—, y fue y
le prendió una veladora a la Virgen de Guadalupe.
—¿Lo sabe el jefe?
—Clarines, y se quiebra el coco. Dice que en México hasta los ateos son guadalupanos,
pero no los judas. Uno se culturiza con él. ¿Tú entiendes?
—Creo que sí.
Félix se apartó de la mesa y miró los rostros de la pareja, extrañamente coloreados por
los emplomados venecianos del restorán La Góndola.
—Vigilen la partida de Bernstein mañana. Si el anillo sale de México, saldrá con él.
—Jijos manos, esa operación va a ser medio tremenda y el jefe se va a extrañar de que
tú no estés allí. Nosotros somos medio ciruelitos.
—Ya lo dijiste, chavo, el trabajo es de equipo y nadie es indispensable.
—¿Eso le digo al jefe?
—No. Dile que tengo otras pistas que seguir. De todos modos, con anillo o sin él,
regresen a verme a las diez.

