Page 90 - La Cabeza de la Hidra
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—Palabra, mano, Rosita y yo somos humilditos, no queremos quitarte la gloria, ¿tú
                  entiendes? No creas que le vamos a llevar el anillo al jefe sin antes verte a ti.  —A las
                  diez. —¿Dónde?
                  —En el Café Kinneret. Les invito un desayuno kosher. Se levantó y salió, pero ya no
                  pensaba en Bernstein, sino en el viejo Harding que le había dicho quiero a la Emmita
                  como a una mujer, no tengo nada más en la vida.

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                  A las once de la noche entraba de turno el portero de las suites de Genova. Félix lo
                  saludó cuando el indio viejo con cara de sonámbulo y vestido con un traje azul marino
                  brillante de uso le abrió la puerta. Jamás sonreía y tampoco lo hizo cuando Félix le pasó
                  un billete de cien pesos y le dijo que esperaba a una señora a las once y cuarto, que la
                  dejara pasar. El portero asintió y se guardó el billete en la bolsa.
                  —¿Te acuerdas de mí? —le dijo Félix tratando de penetrar la mirada dormida.
                  El portero volvió a asentir. Félix insistió, pasándole un segundo billete de cien pesos.
                  —¿Tienes buena memoria?
                  —Eso dicen —dijo el portero con una voz a la vez gutural y cantarina.
                  —¿Cuándo estuve aquí?
                  —Se fue hace seis días y ahora va regresando.
                  —¿Recuerdas siempre a la gente que regresa?
                  —A los que vienen seguido, sí. A los demás, sólo si se portan decentes.
                  No extendió la mano, pero fue como sí lo hiciera. Félix le pasó el tercer billete de a
                  cien.
                  —¿Recuerdas a la monja, la noche del crimen?
                  El portero miró con los ojos velados a Félix y supo que ya no iba a recibir otro billete.
                  —Clarito la recuerdo. Nunca vienen religiosas a pedir limosna a esas horas de la noche.
                  —Dime más tarde si la señora que va a venir al rato se parece a la monja.
                  —Pues luego. Usted manda, jefe.
                  Nunca sonrió pero las arrugas de cuero alrededor de sus ojos temblaron un poco. No dio
                  otra señal de que tenía la esperanza de recibir otros billetes más tarde.
                  Félix estaba duchado, rasurado y rociado con Royall Lyme cuando escuchó los nudillos
                  tocando contra la puerta. Eran las once y media pasadas.
                  Abrió. Mary Benjamín, en la memoria fílmica de Félix, se parecía a Joan Bennett
                  cuando Joan Bennett dejó de ser rubia tanto para diferenciarse de su hermana la
                  adorable Constance como para competir con la exótica sensación de Hedy Lamarr.
                  Ahora añadía una simulación más a ese cúmulo de imágenes disfrazadas; igual que
                  Angélica en los muelles del golfo de México, Mary estaba peinada como Sara Klein,
                  que usaba el peinado de fleco y ala de cuervo de Louise Brooks impersonando a la Lulú
                  de Wedekind en la versión cinematográfica de F. W. Pabst. Por un instante, Félix sintió
                  que una pantalla plateada los separaba a él y a Mary, él era un espectador, ella una
                  sombra proyectada, el umbral de la puerta la línea divisoria entre los pobres sueños del
                  cine y la miserable realidad del público que los soñaba.
                  Pero los ojos violetas eran de Mary, también el escote y el lubricante entre los senos
                  para que brillara mucho la línea que los separaba. Sobre todo, era Mary porque se movía
                  como una pantera negra, lúbrica y perseguida, hermosa porque se sabe perseguida y lo
                  demuestra. Así entró al apartamento, preguntando ¿usted es el que dice ser Félix
                  Maldonado?, me lo va a tener que demostrar, yo conozco a Félix Maldonado y asistí a
                  su entierro en el Panteón Jardín el miércoles 11 de agosto, hace apenas una semana,
                  además este cuarto está a nombre de un tal Diego Velázquez, ¿es usted?
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