Page 92 - La Cabeza de la Hidra
P. 92

tomo el placer con quien quiero y donde quiero, te lo dije, sólo te deseo si te tomo en
                  seguida, no puede haber distancia entre mi deseo y tu cuerpo, Mary.
                  Se vació en ella de todos los juegos de ratón y gato de la semana pasada, de todas las
                  simulaciones, aperturas al azar y predisposiciones ciegas de su ánimo dispuesto a ser
                  conducido, engañado, despistado pero obligado al mismo tiempo a mantener una
                  imposible reserva racional para que el azar propio sólo coincidiese con la voluntad ajena
                  a fin de vencerla en nombre de la propia voluntad, que tampoco era suya, era la de una
                  organización embrionaria, la del hermano de Angélica, el jefe, el capi, Timón de Atenas
                  en clave, el otro caballero de la justa, que no le daba siempre su lugar, confiaba en
                  muchachitos imberbes, se servía de citas de Shakespeare tan transparentes que
                  resultaban oscuras o viceversa, pensó mucho  y rápido, todo lo que le pasara por la
                  cabeza para no venirse pronto, aguantar mucho, hacerla venirse primero a ella con !a
                  cara cicatrizada hundida entre los muslos empapados de la mujer súbitamente dócil,
                  arañada por la cabeza de cabellera naciente de Félix mezclada con los mechones suaves
                  y espumosos de Mary, la quiso lenta y brutalmente, con toda la suavidad que podía
                  convocar la energía de su cuerpo de hombre hambriento pero que pensaba todo el
                  tiempo para no venirse, para darle dos veces el placer a la mujer, sin dejar de pensar que
                  una mujer sólo es amada cuando el hombre sabe que la mujer goza menos veces que el
                  hombre pero siempre más intensamente que el hombre. Mary se vino en la cara de Félix
                  y Félix se vengó con furia sobre el cuerpo de Mary de la muerte de Sara Klein, dentro
                  del cuerpo de Mary de la operación en la clínica siriolibanesa y de la impotencia
                  humillante ante Ayub y el Director General, para el cuerpo de Mary duplicó la energía
                  física de la lucha contra el cambujo en el muelle de Coatzacoalcos y con el cuerpo de
                  Mary se liberó del deseo que sintió ante el cuerpo muerto de Sara y el cuerpo
                  desvanecido de Angélica al borde de la piscina, hacia el centro del cuerpo de Mary
                  dirigió el dolor de Harding y su amor por una muchacha desaparecida que se llamó
                  Emmita, la agredió físicamente como le hubiera gustado hacerlo con Trevor, la besó
                  como le hubiera gustado aplastarle una toronja en la cara a Dolly, le metió el dedo en el
                  culo para limpiarse para siempre del asco de Bernstein, le lamió los pezones para
                  borrarse para siempre del sabor de Lichita y los dos se vinieron juntos cuando él se vino
                  por primera vez y ella por segunda y ella decía Félix, Félix, Félix y él decía, Sara, Mary,
                  Ruth, Mary, Sara.
                  —No te separes todavía, no te levantes, por favor, no vayas al baño como todos los
                  mexicanos —le pidió Mary.
                  —¿Cuándo estuviste antes aquí? ¿Con quién? Mary sonrió dócilmente.
                  —Te vas a reír de mí. Estuve con mi marido.
                  —¿No tienen camas de este tamaño en su casa?
                  —Llevábamos mucho tiempo sin acostarnos juntos. Me propuso que nos encontráramos
                  aquí, como dos amantes, en secreto. Eso nos excitaría como antes, dijo.
                  —¿Sirvió de algo?
                  —De nada. Abby me repugna. Es un asco peor que físico porque lo que verdaderamente
                  me fastidia son el tedio y la falta de celos. Eso es peor que el asco de su cara siempre
                  cortada porque se rasura mal con una navaja vieja de su abuelito.
                  —¿Él no siente celos de ti?
                  —No. Yo no siento celos de él. Él sí. Me hace escenas, pero hasta eso me aburre. Hay
                  que tener tantita imaginación para ser celoso y excitarme con los celos. A él le falta
                  hasta eso. Debiste casarte conmigo, Félix. Ruth es demasiado gris para ti. Conmigo
                  hubieras triunfado, te lo aseguro. Además, tenías todos los derechos. Tú me quitaste la
                  virginidad.
                  —¿Le has dicho eso a Abby?
   87   88   89   90   91   92   93   94   95   96   97