Page 91 - La Cabeza de la Hidra
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Miró alrededor de la suite y añadió que todas eran iguales, qué falta de imaginación, ¿en
                  un lugar exacto a éste murió Sara Klein, verdad?
                  —Ésta es precisamente la suite donde Sara fue asesinada —dijo Félix, hablando por
                  primera vez desde que Mary llegó.
                  La mujer se detuvo, disimulando mal su turbación al reconocer la voz de Félix con un
                  gesto de la mano que acompañó el vuelo del ala de cuervo de la nuca a la mejilla, mos-
                  trando apenas el lóbulo encendido de la oreja. Félix se dijo que de acuerdo con la teoría
                  del profesor Bernstein, comprobada por los hechos, Mary no lo reconocía porque lo
                  buscaba.
                  —¿Qué haces aquí? —preguntó con falsa displicencia—, éste es un lugar para turistas y
                  amantes de paso.
                  —Y yo soy un muerto —dijo sin inflexión Maldonado.
                  —Esperaba que fueras un amante de paso —rió Mary.
                  —¿Acostumbras asistir a citas hechas por teléfono y por desconocidos?
                  —No digas necedades y ofréceme una copa.
                  Ella misma se dirigió al barcito incrustado en una de las Paredes y lo abrió, escogió un
                  vaso y se mantuvo lejos de Félix, mirándolo con curiosidad, esperando que le llenara la
                  copa.
                  —Un vodka tonic —le dijo cuando Félix se acercó.
                  —Veo que de veras conoces bien este lugar —dijo Félix cuando encontró las botellas.
                  Destapó la botella de aguaquina. Mary tomó la de vodka y midió la porción en el vaso;
                  Félix le añadió el agua hasta donde Mary le indicó con un dedo dotado de vida propia,
                  como una culebrita.
                  —He estado, he estado. En las rocas, por favor. La nevera está abajo del bar.
                  Félix se hincó y abrió la hielera. El olor palpitante del sexo de Mary le llegó sin pagar
                  derechos aduanales. Giró un poco la cabeza y miró el regazo de la mujer.
                  —¿Has estado antes en este lugar? —insistió Félix sin incorporarse, apretando el
                  recipiente de plástico para separar los cubitos de hielo.
                  —Ajá. Y en muchos como éste. El que está junto al Restaurante Arroyo, por ejemplo.
                  Fuiste tú el que me plantó.
                  —Te dije que tenía una cita importante.
                  —Yo soy la cita más importante, siempre. Pero claro, tú eres un pinche burócrata que
                  tiene que estar donde le ordenen sus jefes. Prefiero a los hombres que son sus propios
                  jefes.
                  —¿Como tu marido?
                  —Ahí tienes.
                  —Pero es un hombre que no te satisface y lo corneas más que esas pobres vaquillas que
                  Abby se figura que torea.
                  —Tomo el placer donde quiero y cuando quiero, señor. ¿Se apura con los hielos? Tengo
                  sed.
                  Ilustró su impaciencia con un repetido tamborileo de la punta del pie.
                  —Te sientes la mera mamá de Tarzán, ¿verdad, Mary?
                  Alargó la mano con el vaso hacia la nariz de Félix, solicitando el hielo y sonriendo con
                  unos dientes que lo hubieran suplido dentro del vaso de vodka y aguaquina.
                  —Yo soy mi propio dueño en tecnicolor, pantalla ancha y sonido estereofónico, buey, y
                  si no te...
                  No tuvo tiempo de terminar la frase; Félix metió la mano bajo la falta de Mary, separó
                  el elástico del mínimo calzoncito y dejó caer dos cubos de hielo que fueron a derretirse
                  sobre el moño ardiente de la mujer.
                  Mary gritó y Félix, de pie, la tomó entre los brazos, yo soy como tú, le dijo al oído,
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